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En el Copacabana con Gerardo Porto

Víctor Vázquez

Café y vinos con Gerardo en el Copacabana. Hablamos de los gallegos perdidos por Madrid: Miguel, nieto de Valle Inclán, raro y barbado como el abuelo, que hace años andaba por el Gijón como un fantasma y ahora está en el Reina Sofía. Laxeiro, que tenía mesa en el café, aunque era más fácil encontrar a la mujer. César Antonio  Molina, revolucionando el Ministerio de Cultura. Cela, que le presentó su primera exposición en Madrid en los lejanos cuarenta, y del que rememoró entre risas una discusión de horas, pues presumían los dos de conocer las peores pensiones de España. El premio se lo llevó una de Vecilla -no diremos cuál de las Vecillas para que no se cabree ningún vecino- y la discusión se zanjó con lo que el Nobel consideró un golpe bajo, pues Gerardo amenazó con dar a la imprenta una obrita de dudosa calidad que Camilo había escrito de coña, haciendo una edición limitada para los amigos. Su título: Santa Genoveva 37, gas en cada piso.

Traigo un dibujo de Liébana con la dedicatoria "A Gerardo Porto, víctima, como yo, de la dictadura del arte abstracto". Escena bíblica para llevar la contra no sólo a lo abstracto actual, sino a la lerda progresía que critica la escena religiosa sin darse cuenta de que es siempre alta estética, independientemente de creencias. Aparece la mujer de Gerardo, Elisabeth Le Blanche, poeta con ojos de esmeralda que me firma su libro: Y en silencio me expresaré, poemario que combina el castellano con el holandés en otra edición limitadísima de la que pude conseguir el número tres.

Hablamos de Manzano, marchante coruñés de antiguo, pirata y listo, que se dedicaba a la pintura y a los lavabos, aprovechándose de los pocos duros del gremio de pintores en la época para comprar obra por lotes en plan cacique paternalista.

Con Gerardo, un tema que sale siempre es la querida Venecia: nuestra Galicia adriática. Le cuento mis noches al raso en San Michele, y él cómo consiguió que le pusieran zumo de naranja natural en vez de veneno en polvo en un hotelito de Mestre. ¡Ya parecemos Cela! Ha conseguido, a través de Mayor Zaragoza y la UNESCO, la posibilidad de alojarse en un monasterio de monjas en pleno centro de la ciudad a precio de antes de la guerra. Me pasa el contacto y lo guardo como un tesoro. Es hora de dejar de ser un vagabundo por los canales. Continuamos por Siena, Roma y la reformada fachada de la embajada española a petición de Paco Vázquez con dineros del patrón de Zara. París y la época que estuvo en el estudio de Matisse, cuando valía tres francos y medio subir a la Torre Eiffel. Al hilo, volvemos al cachondeo cuando recuerda su época de guía con aquella excursión a la capital francesa desde Coruña con un autobús a medias entre argentinos y uruguayos que ya se le revolucionaron en Vegadeo; claro que la vuelta no fue mejor cuando en frontera los pillaron cargados de plumas exóticas compradas de estraperlo y que tan de moda estaban para los tocados nupciales.

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