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Crisis de ideas

Pablo de Santiago

“Mi vida sería mucho más sencilla si me dedicara a escribir secuelas, remakes o adaptaciones de cómics, porque eso es prácticamente lo único que se produce ahora. Los estudios sólo quieren repetir fórmulas y no toman riesgos”. Son palabras recientes del guionista y director de cine Andrew Niccol, y su veracidad es tristemente comprobada por los espectadores todas las semanas. De hecho, es muy significativo que de las cuatro películas llamadas a ser las protagonistas cinematográficas de este verano, sólo una de ellas es completamente original. Se trata de Cars, obra de la fantástica factoría Pixar, referente del cine de animación de los últimos años, gracias a títulos inolvidables como Monstruos S.A., Buscando a Nemo o Los increíbles. Por el contrario, Superman Returns es un remake del film rodado por Richard Donner en 1978, al igual que Poseidón lo es de La aventura del Poseidón, catástrofe marítima rodada en 1972. Por último, y aunque gocemos de ella, Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto es la secuela de las aventuras del singularísimo Jack Sparrow y su Perla Negra. Y que conste que, aunque estas películas certifican, sí, esa indudable falta de ideas de la que hablo, también pueden ser un entretenimiento de primera. Pero ésa no es la cuestión.

La crisis creativa no mancha sólo al cine. La literatura también adolece de esta carencia. Una enorme lista de las novelas que llenan actualmente estanterías en las librerías provienen de dos referentes comerciales por excelencia: Los pilares de la Tierra, de Ken Follett y El código Da Vinci. Empuja casi a la risa el desparpajo con que algunos autores intentan captar a los lectores más ingenuos con títulos y argumentos clónicos. Dentro del primer caso, se pueden encontrar novelas como La catedral del mar, A la sombra del templo o La sombra de la catedral. Y en el caso del panfleto de Dan Brown, los copiadores optan por tramas pseudo-religioso-teológico-apocalípticas para atraer mentes sedientas de conspiraciones. En cuanto al título, tienen dos caminos; el primero es incluir el término "código", "enigma" u otro similar que implique oscuridad o secreto; el segundo es tomar prestado el nombre de pila de algún famoso artista que escondió esa increíble verdad que va cambiar el mundo para siempre… Ahí van unos cuantos títulos entre muchos otros que cumplen con los requisitos para engatusar al ingenuo: El códice 632, El puzzle de Jesús, El enigma Vivaldi, El códex Jerusalén, El delirio de Rembrandt, El códice Maya, El enigma Vermeer, La Magdalena, El enigma Gioconda, El verdugo de Dios, El enigma de Cambises, La conspiración de Asís… No me diga el lector que no es como para partirse de risa. La cosa es tan surrealista que parece salida de una comedia de los hermanos Marx. Me recuerda a una divertida página web, diseñada por un tipo perspicaz y con bastante sentido del humor, en la que el usuario "crea", automáticamente y a golpe de un clic, su propio título y argumento estilo Dan Brown. Las novelas salen sin esfuerzo, como rosquillas, todas distintas y todas idénticas. Como en las librerías.

Y, en fin, la crisis de ideas también ha llegado a otros campos menos "densos", como el fútbol. Los que pensábamos que por fin la selección iba a hacer algo original en el mundial hemos acabado viendo lo mismo de siempre. Decepción y a casa. Una secuela, vamos.

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