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Debilitamiento de la sociedad civil

El poder económico aprovecha la crisis para erradicar todo contrapoder opuesto a sus pretensiones. Llevamos varios años experimentándolo, y las personas públicas hemos sido en gran parte culpables de llegar a esta situación. Recordad que el PP alcanzó el poder sin un crecimiento en votos, sino por el hundimiento del principal partido de la izquierda y la fragmentación del voto progresista.

Con la invención del término “clase media”, contenedor de todos los trabajadores con independencia de su realidad económica, se elaboró un discurso fácil, equiparando a quien gana 800 euros/mes con quien gana 10.000, lo cual, aunque efectivo, resulta engañoso. Botín, paladín de las clases medias, cobró 4,6 millones en 2011.

El principal poder que puede oponerse al económico es el político. Por eso, alejar a los ciudadanos de la política fue objetivo estratégico de numerosas acciones ejercidas, castigando especialmente a las izquierdas. A ello contribuye la escasa claridad que muchas veces presenta la izquierda. Sin  excusas: no asumirlo impide poner remedio. Los políticos de derechas están tan desprestigiados o más que la mayoría de los de izquierdas, sin embargo, repiten resultados electorales. Quienes votan derechas saben bien que no todos los políticos son iguales, y sobre todo, no todas las políticas son iguales.

Otra diana fueron los sindicatos, contrapoder muy directo frente a empresas y grandes corporaciones. Al igual que los partidos, sus estructuras, monolíticas y endogámicas, suministran muchos argumentos. Pero la intención del directivo es que sus empleados trabajen mucho y cobren poco, mientras la de los sindicatos es la opuesta. El equilibrio entre ambos objetivos produce una situación menos desfavorable al trabajador. Bien saben los directivos que la negociación individual con cada uno de sus empleados, sin intermediarios, producirá un resultado mucho más propicio a sus intereses. Los sindicatos frente a gobiernos de izquierdas adoptan una posición de aliados críticos, de forma que sus posiciones, siempre más reivindicativas que las de cualquier Gobierno, serán tenidas en cuenta, y la simple amenaza de una movilización obligará a ceder a ciertas demandas. Sin embargo el que ambos, sindicatos y Gobierno izquierdoso, acaben cediendo parcialmente, suele perjudicar a los dos, como hemos visto.

También se impuso en la sociedad una posición contraria a la distribución de rentas mediante impuestos. Es cierto que en nuestro país la progresividad de los impuestos deja mucho que desear, y los gobiernos progresistas corrigieron poco. Pero sin duda los  impuestos son progresivos, pagando más quien más gana, y la mayoría muy poco. Sirven para dotarnos de servicios públicos de calidad.  Por contra se ha generalizado la sensación de que pagamos mucho. Y se demanda menos Estado. Muchos ciudadanos intuyen no recibir contraprestación suficiente para lo que pagan, aunque el hecho de tener garantizadas aunque sólo fueran sanidad y educación permite asegurar la estabilidad económica y una cierta previsión de futuro para esas clases medias. Tampoco resultaron muy acertadas algunas declaraciones de determinados líderes de izquierdas.

Resultado: similares opiniones sobre políticos, sindicatos o impuestos, desde el directivo más alto de la empresa, con sueldo mensual de 5 cifras, al recepcionista mal pagado con contrato precario. La gran diferencia es que a la hora de la verdad, el jefe tiene muy claro qué votar y a quién, porque lo contrario perjudicaría sus intereses (al tiempo que beneficiaría los del empleado, esa es la parte oculta del discurso)

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