Entregar este artículo tan pronto me impide hablar del resultado de las elecciones. Y el hecho de que se vaya a publicar con posterioridad al mes de mayo también hace inútil hablar de mi posición o mis opiniones sobre la campaña, puesto que cuando lo estéis leyendo todo eso ya será superfluo.
Así que, aunque quizá algunos esperasen otra cosa, me dedicaré a hablar de algo no independiente de la política, como casi nada, pero no directamente de actualidad electoral. Y es que el 31 de mayo se celebra el Día Mundial Sin Tabaco, promovido por la OMS. El objetivo de estas campañas es que el hábito de fumar sea tan residual que el negocio deje de ser rentable, y por la vía económica desistan de seguir la producción. Enfrente unas empresas poderosas que intentan tener cada vez más adeptos (adictos) y no dudan en recurrir a métodos dudosos, como ha sido en algunas ocasiones el cuestionar la relación, más que demostrada, entre tabaco y distintos tipos de cáncer, especialmente y sin ningún lugar a dudas, el de pulmón.
En nuestro país el último hito lo constituyó la Ley del Tabaco, de 2006. Con la prohibición del consumo en lugares de trabajo y en bares o restaurantes, se ha avanzado en retirar la normalidad al hecho de ver a alguien fumar. Salvo los intentos de la Comunidad de Madrid por buscar resquicios, que quedaron en nada, se puede considerar que se cumple y, sobre todo, con aceptación incluso por los fumadores. Sin embargo, la reducción del número de fumadores, aunque notoria, no es la esperada.