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El apagón ecologista

Jorge Bustos

Entre las 19.55 y las 20.00 del día 1 de febrero, todas las dependencias del Ministerio de Medio Ambiente apagaron sus luces en señal de protesta contra el cambio climático. Idéntico apagón ecologista sufrieron la Puerta de Alcalá, la Giralda de Sevilla y hasta la Torre Eiffel. La Línea 6 de metro también se apagó, pero más por obsolescencia que por ecología, qué se le va a hacer.

Lo más curioso de la noticia es que los ecologistas hayan conseguido lo que no pueden hacer los terroristas: concitar la unanimidad de los partidos políticos de derecha e izquierda. Gobernantes de ciudades y regiones de signo contrario se han sumado con entusiasmo a la convocatoria de Greenpeace y sucedáneos en favor de esta oscuridad breve y pedagógica. Los políticos demuestran una gran inteligencia -iba a decir ‘muchas luces’- apagando luces porque, primero, nadie puede culparles todavía de que salga el sol o nieve en mayo, y segundo, no es preciso comprometer una partida presupuestaria ni nada para pulsar un interruptor. O sea, que por apagar la luz un momentito no pierden nada, y en cambio contraen una aureola de beatitud medioambiental que al parecer renta mucho entre las sensibilidades de los votantes posmodernos. Luego salen diciendo que son bien conscientes de que la gravedad del fenómeno no se atenúa con este apagón, pero que es un símbolo de solidaridad contra el derroche energético, y todos tan contentos.

Y más que ninguno, los ecologistas, que perciben un salario muy razonable por realizar su función de agoreros; unos milloncejos de euros con los que podrán incluso adquirir embarcaciones de gasolina para interponerse en el derrotero de algún mercante capitalista en altamar. Desde que los verdes profesionalizaron el anuncio periódico del apocalipsis, los estudiantes sin una vocación disponen de una alternativa laboral de lo más atrayente: pagan bien, haces amigos, tienes una causa que viste mucho y encima viajas en lancha.

Yo creo que el Estado subvenciona con tanta gentileza a los ecologistas porque los toman por los confesores del ahora. Antes, cuando la conciencia lo remordía a uno, se confesaba con un curilla que le imponía tres avemarías de penitencia, y listo; ahora, un político no tiene remordimientos por disponer de comisiones urbanísticas sino por fumar ante sus afiliados o talar un árbol. En consecuencia, cursa su penitencia y obtiene su perdón poniendo dinero para lanchas a los ecologistas que le gritan en la calle como profetas veterotestamentarios.

Tengo un amigo científico que me asegura que eso del cambio climático es una filfa, que en el siglo XIX también cambiaba el clima y no había industrias que humearan tanto como ahora. Yo no entiendo de ciencia, pero sí sé que no hay nada más gubernamental que una Organización No Gubernamental ecologista. Así lo atestigua el buen entendimiento económico vigente entre las administraciones públicas y el ecologismo asalariado. Lo que no entiendo es que estas ONG´s se obstinen en abanderar el ideal del altruismo. ¿Por qué tal aversión a reconocer su ánimo de lucro, como cualquier otra empresa? ¡Si ya conocemos todos la proverbial ingratitud de las ballenas, tan reacias a correr con los gastos que los ecologistas generan por salvarlas! A fin de cuentas, no hay nada malo en ganarse la vida programando apagones simbólicos, lavando conciencias políticas y viajando en lancha.

Paco, electricista él, me ha comentado: “Fue muy bonito lo del apagón. Lástima que la sobrecarga de después incrementara el gasto…”

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