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El avispero centroamericano

Pablo Sagastibelza

Hace unos días, el ejército tomaba la Casa Presidencial en la capital hondureña, Tegucigalpa, y expulsaba del país al presidente Manuel Zelaya, democráticamente elegido en 2005.

Se habla del fantasma del golpismo, que a lo largo de tantos años, y hasta hace nueve, causó estragos en el istmo centroamericano. No parece que la situación histórica sea idéntica. Por un lado, el fortalecimiento institucional ha crecido bastante en esos países, aunque todavía sea débil; por otro, los protagonistas de la asonada están respaldados por las instituciones más estables del país, y dicen que actúan para defender la pureza de la Constitución de 1981. No ha habido muertos y apenas enfrentamiento, tampoco heridos. La calma es total, y en cinco meses habrá elecciones. Los alumnos han vuelto a las escuelas, los agricultores al campo y los empresarios a las oficinas. La Policía y el Ejército no parece que tengan mucho trabajo.

Todavía es pronto para saber qué ocurrirá, si ese fenómeno decantará en Honduras y si se extenderá a naciones vecinas. En cualquier caso, depende mucho de la actitud que tomen Chávez y adláteres en Venezuela. A nadie se le escapa que la corriente de populismo dictatorial, que -en general- conlleva el deseo de eternizarse en el poder bajo formas democráticas, está haciendo mella en América Latina: Venezuela, Bolivia, Perú (aunque menos), Ecuador, quizá El Salvador, donde hace poco se ha investido presidente -con escasísimo margen- al candidato del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), Guatemala (movimientos indígenas y asesinatos no aclarados son seña de identidad de ese país), Nicaragua, etc. Los petrodólares hacen efecto.

En bastantes de esos países, con la conciencia de que la tentación de querer seguir en la poltrona es fuerte y cercana, se ha dispuesto que los presidentes estén un único mandato de cinco años, o similar. Es un modo de decir a las claras que lo importante es el sistema y no las personas. Honduras es uno de esos países. Qué ha hecho Zelaya para enemistarse con todo el sistema durante meses -Congreso, Corte Suprema de Justicia, Tribunal Nacional Electoral y Ejército- es literatura de letra pequeña. Probablemente, el deseo de consultar al pueblo para una reforma constitucional de ese calibre es la gota que colma el vaso. Los militares se han apresurado a dejar el poder en manos del Presidente del Congreso.

Con lógica y con rapidez, la comunidad internacional se ha mostrado contraria a la asonada. Nadie puede decir lo contrario sin el riesgo de ser políticamente muy incorrecto y, sobre todo, ante la duda -y para no interferir en asuntos internos de otras naciones- hay que ponerse siempre del lado del legalmente constituido. La democracia debe ponerse junto a la democracia, sea en el lugar del mundo que sea. Lástima que, una vez más, el que se pasa de listo es Chávez, que amenaza incluso con la guerra. Por no ser nuevas, no dejan de ser preocupantes las bravuconadas del ‘bocazas’ de América. Una cosa es lo que ocurre en Honduras, que requerirá aliño fino y diálogo, y otra que el Primate quiera incendiar todo el continente. Desde luego, el menos legitimado para hablar en contra de un golpe de Estado es Fidel Castro.

Resulta interesante comprobar que al poco tiempo ya empiezan a sonar voces autorizadas, por ejemplo desde la OEA, que dicen que un presidente no puede hacer lo que le venga en gana, pasándose por el arco del triunfo lo que dice la Constitución, el Congreso y las Leyes fundamentales del país. Ni en Estados Unidos, ni en España, ni en Honduras, ni en ningún sitio. Vamos a ver cómo se desarrollan los acontecimientos, pero todo parece indicar que Zelaya volverá a Honduras de vacaciones, como mucho.

Periodista
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