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El Madrid terrible

Víctor Vázquez

Los políticos se dan cuenta ahora de que la plaza de la Luna es un antro al aire libre. Ninguno de ellos había pasado por allí ni siquiera para ir al coqueto teatro Lara. Claro que los especuladores de morales ajenas no van al teatro si no es para cerrarlo, ayudando de paso a algún terrorista inmobiliario.

El problema de tener yonquis al lado de Gran Vía es sólo cuestión de imagen, hay que barrerlos debajo de la alfombra de los servicios sociales, y si no quieren, que se vayan al guetto, pues siempre es mejor tenerlos concentrados en la periferia como en una reserva india: Pitis, Salobral… donde no atacan nuestra sensibilidad.

Mi curiosidad me ha llevado alguna vez a meterme en las Barranquillas: un mundo terrible a sólo diez minutos de nuestras casas donde nos enganchamos a tele-realidades de plasma. Sorprende ver que el poblado es una réplica de nuestra propia sociedad, un señor de las moscas con drogas y sin William Holding.

En su jerarquía, los hay empresarios, con alquileres de chabola que alcanzan los doce mil euros al mes que hay que rentabilizar vendiendo las veinticuatro horas, y en cuyos cambios de turno, cada ocho horas, se pesa la droga que queda y se cuenta el dinero en un balance contable sencillo pero efectivo, aunque no lo suficientemente rápido como demuestra la desesperación de los que van a pillar. Están las gestoras del negocio (siempre mujeres), los machacas que son los "chicos para todo" enganchados con la cadena invisible del pico a la chabola que sirven, los que hacen cundas llevando peregrinos al infierno y, por último, los toxicómanos que viven el día a día esperando la muerte en un moverse el tiempo con agujas que no marcan las horas.

En la entrada del poblado, una barraca que vende melones y zumos con un cartel avisando de que se entra con camisa (o te sacan a palos) y los machacas que hacen de controladores de aparcamiento con zona (delante de la chabola) para clientes. Por allí anda -andaba- "El portugués", que decía hablar seis idiomas, o "El málaga", con la jeringa colgada de la sien como una banderilla para cuando tocara el siguiente pico, explicando que lo hacía por lo difícil que le era encontrar vena. Contaba la odisea de todos los inviernos de los que no están empleados de machaca y tienen que ir todos los días a Mercamadrid a arrastrar un palé de madera para la hoguera nocturna; sin madera no te acercas a la hoguera y sólo te queda meterte con dos más en un contenedor de basura para entrar en calor. Distingue entre los toxicómanos de verdad y los toxicómodos que solo viven en el poblado en verano y cuando el frío aprieta se apuntan a Proyecto Hombre -unas nenazas…-; con mayor respeto habla de los yonquis ilustres, aquellos que parecen sobrevivir a todo como inmortales dioses, y los yonquis ilustrados, cultísimos y educados como decadentes opiómanos del diecinueve. A todo esto, cuenta que por allí anda una que fue gimnasta a nivel nacional, una que violaron y acabo en la droga financiada en el descampado, y un antiguo y alto militar iraní que se ha enganchado y que es realmente peligroso. Todo es terrible.
 

 

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