Los seres humanos podemos estar hechos todos del mismo barro, pero es el molde humano el que nos diferencia a unos y otros. Cada persona, ciertamente, tiene su carácter, pero ha de sentirse unido a los demás. Ese sentido de unión y de unidad es una cuestión urgente a desarrollar en un mundo cada día más complejo y globalizado. Ha llegado el momento de que los moradores del planeta nos planteemos esta cuestión, la de la emergencia humana como deber naciente y como obligación principal. Mucho se habla de educar a los jóvenes para la justicia y para la paz, pero poco se platica de moldear comportamientos, de sensibilizar actitudes que frenen la galopante deshumanización que padecemos.
El molde humano no es una cosa, es una grafía del alma que imprime vida, que por sí misma exige compartir esa existencia. No olvidemos que nuestra única meta debe ser vivir, sabiendo vivir y dejando vivir. Por tanto, gobiernos que cometan crímenes contra la humanidad no pueden quedar impunes. ¿Por qué sucumbir a su siembra de odio y venganza? Hay que plantarse. Debe cesar cuanto antes este fanatismo destructor de la especie humana, que, por otra parte, se ha convertido en una fuente de peligro permanente. La prisión que vive hoy el mundo entero, a causa de los fanáticos, no puede seguir por más tiempo, necesita que la humanidad reaccione, de lo contrario la degradación será total, y todos acabaremos reducidos a la nada. El fanático no entiende de diálogos, piensa que sabe más que nadie, se siente Dios, y sólo desea que los seres humanos estén a sus pies.