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¡Es la economía, Rodríguez!

Jorge Bustos

Cuenta el maestro Ruiz Quintano que una vez el presidente de EE.UU. Lyndon Johnson le dijo a Galbraith: "¿No has pensado nunca, Ken, que hacer un discurso sobre economía se parece mucho a mearte por la pata abajo? Uno nota el calor, pero nadie más se da cuenta". Quiere decirse que la economía, por más que se hable ahora, nunca puede ser tema de campaña. La economía no moviliza a un solo votante, porque nadie entiende la economía. Uno puede tener más o menos dinero en el bolsillo y no encontrar la relación causal entre una promesa de Solbes y el beneficio respectivo. Por eso precisamente es presidente Rodríguez, porque sin saber de economía ni lo que se aprende en dos tardes, salió elegido con mucho rigor democrático.

En cambio, ha estado listo Pepiño -en quien el saber, literalmente, no ocupa lugar- mandando diseñar un atril en forma de Z para que se suba encima un Rodríguez en campaña a fascinar televidentes con su mirada glauca y su énfasis en la nada. Aquel atril simboliza la decadencia tanto del pensamiento abstracto como del lenguaje articulado, y consecuentemente la victoria atroz de los eslóganes sobre las ideas. Fue justamente Pepiño el primero en mezclar las virtualidades del eslogan con el fonema aproximado del concepto, así, como quien se prepara un chocolate con picatostes; y en menos que arranca y mete primera el chófer de un coche oficial, Pepiño había acuñado un nuevo término: el “conceto". Si los anteojos de Quevedo son la cifra pictórica del conceptismo barroco, la Z de Rodríguez es la síntesis televisiva del "concetismo" pepiñesco. ¿Para qué razonar pudiendo fabricar una Z roja grande y brillante? Desde que los tiburones salen de las madrigueras todo es posible en este Estado, incluso que Rodríguez vuelva a ganar las elecciones sin haber aprendido en cuatro años otra cosa que fingir llaneza ante un cómico con subvención.

Los que saben de economía saben que no pueden fiarse ni de su saber ni del resultado que vaya a tener ninguna de las medidas propuestas durante la campaña. Por tanto, si su voto ya estaba decidido no lo variarán los anuncios económicos de los políticos, y si no lo estaba lo decidirán otras cuestiones. Y los que no saben de economía, o sea, la inmensa mayoría de los españoles, exactamente lo mismo. Otra cosa es que Rodríguez, para contrarrestar la mala prensa de la inflación y el paro, comprometa el presupuesto en retribuciones del voto al objeto de formar un gobierno sin fondos para gobernar, pero lleno de bondad laica. ¡Ah, la bondad! Josep Pla, que consideraba el socialismo un lujo pagado por el capitalismo, se ponía muy serio para afirmar lo que él tenía tan observado:
-Cuando le das el poder a los virtuosos, todo el mundo se muere de hambre.

Si a la práctica totalidad de este Consejo de Ministros le preguntas por el vencedor en Austerlitz y el vencido en Waterloo -ahora que preparamos el aquelarre del Dos de Mayo-, te salen con dos nombres distintos. Malasaña, que fue ratonera salpicada de harapo castizo y trizas de coracero, es hoy barrio de un desaliño estudiado por donde cruza errante la falsa bohemia del sesentayochismo con camiseta de diseño de Guevara, quien por cierto con un arcabuz en aquella jornada se hubiera puesto más contento que párroco con hisopo en Pentecostés.

Aquí el único que tiene razón es Caldera, que ha dicho que las elecciones no se dirimen en la economía sino en los valores. Más le valdría a su jefe que el juicio de Caldera se mantuviera en el extravío, porque si los valores deciden, Rodríguez pierde el poder.

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