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Felipe VI

El pasado 19 de junio, Felipe VI juró la Constitución y fue proclamado solemnemente ante las Cortes como nuevo Rey de España. Todos recordamos con nitidez los actos institucionales de esa mañana, el transitar de la comitiva real por las calles de Madrid, y el saludo de la Familia Real al pueblo desde el balcón de la Plaza de Oriente. No ha pasado un mes desde aquel día y parece que todo ocurrió hace mucho tiempo, que siempre hemos tenido este Rey. Así funcionan la mente y la memoria humanas. Vivimos en primera persona, minuto a minuto, un acontecimiento que se estudiará en los libros de Historia y que para nosotros ya resulta lejano de algún modo.

En estas semanas, el nuevo monarca se ha dedicado con empeño a su nuevo papel, midiendo muy bien cada paso y cada palabra, sabiendo que está en el punto de mira de todos y que, al mismo tiempo, debe convertirse en carta de normalidad para el funcionamiento diario del país. Ha dirigido sus primeros discursos, estructurado su gabinete y equipo de colaboradores, viajado a sus primeros destinos internacionales, y asistido a diversos actos castrenses o civiles. Sin prisa, pero sin pausa y descanso.

Tiene por delante renovar la imagen de la Monarquía y dotarla de más peso institucional, pero –sobre todo- liderar el cambio de la esfera público-política de este país, que cada vez es peor percibida por los ciudadanos. Se le pide al Rey integridad, trabajo al servicio real del ciudadano y honestidad, pero no solo para la Corona, sino para todo el estamento de regidores públicos, en los tres poderes del Estado. Un Rey joven y moderno que debe transmitir la juventud y la modernidad a todos los estamentos del Estado.

Hoy día, nuestros políticos andan enredados en cuestiones que muchas veces sólo les importan a ellos, y con frecuencia transmiten la impresión de haber construido todo un sistema para cobijar sus ambiciones y prebendas personales. El Rey es cautivo de este sistema, pero hasta cierto punto está por encima de él, y es menester que lo demuestre. No es tarea de un día, pero con el paso de los años se podrá evaluar si ha conseguido o no su objetivo. Su padre quedará como el Rey de la transición, pero él tiene que gestionar una época nueva y unos tiempos nuevos.
 
En este panorama será interesante contemplar el papel –probablemente silencioso, en candilejas- de Juan Carlos I, quien hasta el momento ha desaparecido con sabiduría de la pantalla pública; y también de la Reina Letizia, que no es una profesional del ramo, ha tenido pocos años de entrenamiento y, sin embargo, ha recibido un peso muy importante para ayudar a su marido y a España.
 

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