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Garantía para violadores

Jorge Bustos

La República Dominicana ha impartido su primera lección de justicia a los Jueces para la Democracia, un colectivo de togados ibéricos que tiene que hacerse perdonar el deshonroso hecho de ser jueces. Haberse hecho periodistas desde el principio, hombre.

José Rodríguez Salvador es un mamífero que violaba a mujeres en un valle de Cataluña llamado Valle de Hebrón. Fue juzgado por cerca de 40 violaciones cometidas entre el verano de 1990 y la primavera de 1991, pero la Audiencia de Barcelona consideró probadas sólo 16 de esas agresiones. Se da el caso de que estas agresiones sexuales las empezó a llevar a cabo solamente 10 días después de quedar en libertad tras cumplir una anterior condena de 7 años de cárcel, también por violación. Sentado que rijan leyes para animales, lo condenaron a 311 años de cárcel. Cumplió 16, no se sabe en virtud de qué arcana soteriología -sin duda escrupulosamente legal-, y desde el pasado 22 de septiembre camina por la calle hirviendo en los vapores que emanan de su propia enfermedad. Los expertos, sin necesidad de perder el pelo con la reflexión, avisaron de que podría reincidir si salía libre; recuérdese que ya había salido una vez y tardó en violar de nuevo menos de lo que necesita un juez para la democracia en ponerse las puñetas y dar una rueda de prensa. Los recursos de última hora de los fiscales -recursos publicitarios- se estrellaron previsiblemente contra la granítica ortodoxia legal de la Audiencia de Barcelona. Ante la alarma social generada por la excarcelación -comprensible, por ejemplo, entre las víctimas-, Pumpido, ese cicerón, sentenció: "Debe salir". Bermejo, el ministro rockero, pidió al respecto "no actuar a golpe de emociones", con lo que las violadas y las violables ya se quedan mucho más tranquilas. Pero, ay amigos, se abrió el cielo y la misma mañana de la excarcelación se oyó la voz de Miguel Ángel Gimeno, oráculo de Leguleyos para la Alcachofa, reputando "exagerada e innecesaria" la alarma de las víctimas, y haciendo saber a la sociedad que "no hay un riesgo tan grande" y que encarecer tanto la suelta del violador "perjudica las posibilidades de que pueda llevar una vida digna". Sobre las condiciones óptimas en que desarrolla su vida esta subespecie de mamífero ibérico, Gimeno no se pronunció, aunque imaginamos que la vida deseable de un violador consiste en un jardín de españolas desnudas y atadas.

Pues bien, contraviniendo la doctrina misericordiosa de los Gimenos para el Redentorismo, el procurador general de la República Dominicana, adonde los familiares del violador querían enviarlo para someterlo a la tutela de una orden religiosa, ha anunciado que no permitirá la entrada en el país del excarcelado. Resulta que lo que el magistrado dominicano considera "exagerado e innecesario" es que pronto figuren dominicanas en el referido vergel soñado por el babuino para promover su vida digna. Semejante criterio, suponemos, parecerá a los gimenos un retroceso a los tiempos oscuros en que los culpables eran -¡Virgen santa, qué atraso!- condenados. Encerrados. Envejecidos en la trena. Atendidos por médicos en su último estertor. Y enterrados.

Así, en frío, yo también pienso que la institución de la abogacía y la instauración del garantismo jurídico es una de las más admirables conquistas de la civilización. Habría que vernos, inmaculados juristas, a ustedes y a mí en la tesitura de la víctima. Porque desde Nietzsche sabemos que no hay hechos sino interpretaciones, y que la ley penal es dúctil cual puñeta en mano magistrada. Que uno se haga juez para atenuar penas y compadecer convictos es una paradoja estúpida y letal, típicamente posmoderna.

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