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La cuesta de enero

Algunos pueden decir que este año será corta, pero no cabe duda de que siempre es empinada. Es cierto que tenemos encima la Semana Santa, y que el tiempo vuela, pero es inevitable también que todos pasemos por la cuesta de enero: nuevos proyectos, nuevas ilusiones, un año entero en definitiva que se nos presenta todo entero y de golpe.

Otros podrían añadir que el panorama político, social y deportivo de este 2008 recién  estrenado no va a dejar mucho tiempo para pensar en cuestas y revueltas. Tendremos elecciones generales en los primeros días de marzo, y dos meses de dura campaña electoral dado lo ajustado de las encuestas; en junio, empujados por el entusiasmo de los medios deportivos, nos volveremos a creer que la selección de fútbol puede llegar a la final de la Eurocopa; y en agosto los más entusiastas pasarán noches en vela para comprobar que la cosecha de medallas olímpicas se hace realidad.

Todo esto es indudable, pero cuando los lectores tengan este texto delante de sus ojos, la vida normal y cotidiana pasadas las fiestas de Navidad será un hecho mostrenco, es decir, una realidad que, si no se hace algo para remediarlo, puede convertirse en una losa inamovible que pesa sobre nuestras cabezas hasta aplastarlas. La rutina y el tedio pueden acampar a sus anchas en nuestras vidas.

¿Y qué podemos hacer para no dejarnos llevar por lo que parece ineludible? Si me permiten, en primer lugar, pienso que debemos considerar la certeza de que es posible hacerlo. Podemos vencer la maldita cuesta de enero, aunque los bolsillos y carteras estén más bien vacíos, y parezca que la hipoteca o el alquiler nos amenazan más que nunca. Podemos hacerlo. La certeza de que no se trata de un muro infranqueable, a pesar de todo y de todos, nos hace encararlo de otro modo.

En segundo lugar, propongo que aceptemos la realidad de lo que nos encontramos a diario, en nuestro trabajo, en nuestra familia, en las cosas de cada día, tal y como son, con sus aristas, sus valles y sus cumbres, sin quitar nada de lo molesto, y sin obviar lo bueno. Probablemente, no habrá grandes oscuridades ni brillos deslumbrantes. Nada ni nadie nos podrá alejar de lo real que convive con nosotros, que somos cada uno de nosotros. Lo peor sería que cada uno pensara que puede evadirse de la realidad, nada más falso y, por lo tanto, errado. Podemos vencer el hastío, la dificultad, y sabemos muy bien en qué consiste, y lo encaramos con todas las de la ley.

Por último, siempre con el beneplácito de los lectores, aconsejo vivir con intensidad esa realidad cotidiana de los meses de enero, febrero y marzo. Puede parecer en cuesta, pero podemos transformarla en un llano constante y agradable. Vivir con intensidad significa buscar el sentido de lo que hacemos, aunque sea repetitivo y dé la impresión de cansino. Podemos aceptar que es posible ir al trabajo cada día, madrugar, para hacer de nuestra tarea algo que me ayude a mí mismo y a los demás. Y esto un día y otro, así hasta los setenta que faltan para la Semana Santa. Cada cual en su casa también puede vivir con intensidad lo ordinario que ya conoce y puede prever con facilidad. Plantearlo como si, de alguna manera, todo fuera nuevo; no importa lo pasado, excepto para aprender, no importa lo futuro, excepto para esperanzarse. ¿Quién puede hacer algo en vez de mí si yo no lo hago? Nada que uno mismo no lleve adelante será hecho por alguien distinto. Y es una lástima que vayan quedando huecos por lo que no hice con quienes lo esperaban de mí.

En realidad, la cuesta de enero es una oportunidad excelente para volver a reencontrarnos con lo que somos y disfrutar de ello; es nuestra realidad más real, y lo mejor de todo es que está al alcance de la mano. Podemos vivirla con intensidad si la aceptamos como es, tal cual, y si buscamos el sentido que indudablemente tiene.

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