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La España que queremos

Escribo este artículo con la canciller alemana Angela Merkel en Madrid, y la verdad es que no recuerdo una visita reciente de un líder internacional a España que haya generado tanta expectación. Estamos pendientes todos de Alemania, una situación incómoda porque delata nuestra falta de independencia económica. Tras años de despilfarros y espejismos, buscamos un rescate blando, casi que parezca un accidente. Triste, especialmente si uno recuerda aquellos días de 1985, cuando, muy cerca de donde escribo, en el Palacio Real, una España ilusionada firmaba, por medio del presidente Felipe González, su entrada en la entonces Comunidad Económica Europea. ¿Qué nos ha pasado?

Crisis, crisis y más crisis, pero los problemas no empezaron en 2007, cuando la tasa de paro empezó a crecer y los más clarividentes anunciaron por primera vez tormenta. La crisis va más allá de las cuentas públicas. No hemos sabido consolidar el funcionamiento de nuestro régimen constitucional y crecer, gobernantes y gobernados, en términos democráticos. El modelo de administración territorial consagrado por el Título VIII de la Constitución se rompe por las costuras. El 36% de los españoles entre 25 y 29 años no ha terminado la ESO, frente al 18,6% de media de la UE. Mientras, los jóvenes más preparados y formados emigran en busca de oportunidades laborales ante una tasa de paro juvenil que supera el 52,1%, y la tasa de natalidad se retrotrae a niveles de 2003, agravando el problema del envejecimiento de la población española. 

Ante esta situación, la primera reacción es el desánimo. Es lógico, pero el problema es que parece que no salimos de esos discursos nihilistas, resignados, pasivos que poco o nada aportan. No tenemos sobre nuestras cabezas una maldición divina, sino la consecuencia de años y años de desidia democrática de los gobernados y graves errores políticos de los gobernantes. La responsabilidad, a muy diferentes niveles, es de todos, pero si nos hemos metido aquí, de aquí podemos salir.

¿Cómo? Nadie tiene una respuesta indudable e indiscutible, pero es innegable que el desánimo no nos va a llevar a ningún lado. Se entiende el malestar y la crispación de una sociedad con más de cinco millones de parados, pero hay que convertir esa frustración, incluso rabia si quieren, en acción positiva y eficaz. La España que queremos debe coincidir con la España que construimos, desde el compromiso con la sociedad y la exigencia con nuestros políticos y gobernantes. La democracia se construye día a día, no votando, si acaso, cada cuatro años: una lección cívica que en España, un país sin demasiada tradición democrática, olvidamos con frecuencia. Necesitamos Política con mayúscula y políticos exigentes y a los que exijamos, una apuesta firme, seria y a largo plazo por la educación como puerta al futuro, menos palabras y más actos comprometidos.

Nadie nos va a regalar nada y el camino de regreso a la prosperidad será largo. Si no tomamos las riendas de nuestro destino como país, otros lo harán por nosotros. Creo que no podemos esperar milagros, pero de nosotros depende.

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