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La eterna manzana

Pablo de santiago

Acabamos de ser testigos el día 5 de este mes del comienzo de una saga cinematográfica que va a dar mucho que hablar. La película Crepúsculo es la primera de las cuatro novelas escritas por la norteamericana Stephenie Meyer que tratan del amor entre la guapa jovencita Bella Swan y el apuesto y pálido Edward Cullen. Ambos estudian en el Instituto de la pequeña localidad de Forks, en el estado americano de Washington. Están muy enamorados -muy pillados, que se dice hoy- y serían capaces de hacer cualquier cosa el uno por el otro. Pero hay una cosa que les hace diferentes de las demás parejas: Edward es un vampiro. Así de sencillo, y como tal tiene muchos, muchos años -aunque su apariencia de mozalbete lo disimule-, posee una fuerza descomunal y una rapidez vertiginosa para moverse, además de otras habilidades nada despreciables: es capaz de leer la mente, escalar por superficies verticales, etc.  Pero si uno cree que esta película es un film más de vampiros chupasangres se llevará una gran decepción. Hay acción, claro, pero esta está siempre supeditada a la historia de amor. Es más, el amor entre los protagonistas es muy distinto del que se puede ver hoy en día entre adolescentes.

Para el vampiro Edward nada sería más placentero que plantar un mordisco en pleno cuello de su amada, un mordisco duradero y grandioso. Todo su cuerpo se lo pide, es una atracción poderosa, una sed casi imposible de retener… Es más, en su deseo de unirse a él, la propia Bella está decidida a recibir el mordisco de su enamorado. Tanto le desea que está dispuesta a ser convertida en vampiro, incluso a morir, si con ello logra fundirse con su amado… Y aquí entramos precisamente en la gran cuestión de la película: el autodominio por amor. Edward sabe que mordiendo a su amada, la perderá también de algún modo porque ese amor quedará reducido a mera fruición material. Por mucho que sienta la tentación, es consciente de que cediendo a ella sólo conseguirá marchitar la fruta preciosa que es Bella para él. La directora Catherine Hardwicke logra magistralmente dar forma a esa difícil cuestión al establecer un hermoso paralelismo entre vampirismo y sexualidad. Si ya desde siempre estos dos temas han sido amplia y morbosamente relacionados, ahora se trata de darle otra vuelta de tuerca: mantener intacto (sano-puro) al ser amado. ¿Pero es posible actuar así? ¿Son capaces los adolescentes de controlar sus apetitos? ¿Somos capaces nosotros? “Tu voluntad es fuerte. Puedes hacerlo”, resuena en el oído del pálido Edward Cullen…

Hoy en día la sociedad nos alienta a consumir descontroladamente en nuestro provecho: ocio, tecnología, placer, moda, bienes materiales, etc. Todo está a nuestros pies, ofreciéndosenos al alcance de la mano. No es casualidad que esta primera novela de Meyer esté ilustrada simbólicamente por una manzana intensamente roja. Esa manzana es la manzana primordial, la fruta apetitosa que representa la tentación para el hombre, para todo ser humano, una tentación que sólo el verdadero amor, y no el egoísmo, puede vencer. Y ésta es, en definitiva, la interesante idea que se desprende del film: no todo lo que apetece es lícito obtenerlo. Y para evitar ser arrastrados a ese ‘juego’ tenemos inteligencia y voluntad. Es una honda lección que muchos lectores y espectadores podemos ver ilustrada en pantalla gracias a las aventuras de la saga “Crepúsculo”. Veremos que nos ofrecen las posteriores entregas.

 

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