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La otra violencia machista

Son muchos los que abominamos de la violencia machista contra las mujeres. Es un síntoma de que nuestra sociedad sigue enferma de machismo, de la dominación por la fuerza de unos cuantos machorros sobre el resto de españoles que, o no tienen pene, o no lo usan como argumento ex auctoritate. Porque sí, hay algunos bestias que siguen haciendo las cosas “por sus huevos” o “porque les sale del pito”. Y yo digo: ya está bien.

Estos machistas machacan a los diferentes, agreden (y llegan a matar) a sus mujeres e hijos si les llevan la contraria o no rinden pleitesía a su dictadura de la testosterona, y pegan y aterrorizan a los homosexuales, bisexuales, y a todo aquel que piensa o actúa sin decir palabrotas y sin tocarse los bajos de manera simiesca. Pero hoy quiero escribir sobre los machistas que agreden a los homosexuales en nuestra querida ciudad, en nuestro Madrid.

Son jóvenes cuyos padres dejan sueltos por las noches en los distritos del centro de la Capital, con unos cuantos billetes en el bolsillo, que invierten en fumarse unos porros y beberse unas cervezas o cubatas. Cuando la noche cede al día, vuelven a casa en metro, sin haberse comido una rosca (o sí), frustrados por su falta de oportunidades, por su descarada incapacidad para ser algo más que matones en la vida, porque su equipo ha perdido… ¡vaya usted a saber por qué! Y esa frustración generacional, la descargan insultando, amedrentando, acosando y a veces pegando a los homosexuales que pasean su condición bajo la protección supuesta de las Leyes tanto humanas como divinas. Porque, sí, Dios está con los débiles, y no con las bestias, que son más de Satán.

Son hijos de nuestra LOGSE, niños criados a los pechos de la Constitución y la Ley del Matrimonio Homosexual, habituados a ver homosexuales con pluma en los “reality shows”, en las series de TV, en los Orgullos Gays… a convivir con un lenguaje políticamente correcto. Todas estas leyes, actuaciones televisivas y desfiles multicolores son como el agua de lluvia: moja pero no cala. El ser humano no es hidrosoluble, y estos jóvenes matones lo demuestran.

Pero la culpa es de todos: de los padres que, aún hoy, siguen usando la palabra “maricón” como insulto; de los padres que siguen llamando “machote” al niño y “princesa” a la niña; de los profes que hacen la vista gorda al acoso y a la homofobia en las escuelas; de los políticos que siguen hablando de hacer las cosas “como Dios manda” o “porque es lo sensato y lo que se hace en Europa”. De la derecha reaccionaria y de la izquierda del gulag soviético o venezolano. De los que se dan un beso en la boca en el Parlamento con el ánimo de escandalizar y de los ministros que hacen risitas cuando lo ven.

Hasta que no cambiemos todos, y mira que llevamos décadas en Democracia, y cambiemos nuestra manera de educar la mirada de nuestros hijos, estos seguirán escupiendo su falta de humanidad y su exceso de animalidad a los diferentes, a esos hijos que algunos tienen pero que se avergüenzan de tener: a nuestros queridos homosexuales.

 

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