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La perplejidad

La perplejidad nos bloquea hasta la capacidad para tener mala leche. La poca que nos queda la malgastamos mojando unos churros en el bar mientras arreglamos el país a golpe de dominó. La morfina del fútbol hace el resto para el grueso de la tropa, aunque siempre hay excepciones juancarlistas que desfogan a la manera de Hemingway: con la escopeta en una mano y un whisky en la otra; o a la de Rajoy, al que no le tiembla la firma perpetrando una reforma laboral cancerígena, pero le castañean las rodillas a la hora de tocar un engranaje autonómico que pierde aceite por todas las juntas, o para no dejar en pelotas a toda la piara política que desde todos los colores y paternidades bastardas se ha atado un futuro blindado a costa del dinero público.

Si sumamos que al desboque de la crisis no hay dios que le ponga una cincha mientras los cabrones del riesgo virtual no dejen de clavarle espuela en los ijares al desguace que pretenden llevarse a precio de zoco, vamos jodidos. Nos queda hacer lo de Fidel Castro, que dice ahora que Benedicto XVI tiene cara de buena persona. Y es que el medio gallego anda en puertas de tumba y le endiña velas a las meigas, al 16 y a la que le vende motos leyéndole la inmortalidad en unos huesos.

Por aquí sólo nos falta ahora que la Reina Sofía salga en chándal y se diga republicana, por joder al patrón, para completar un perfil de familia desestructurada que empieza a parecerse a la de Mónaco y sus equilibristas.

Perplejidad segura es la del Príncipe de Asturias, que siente temblar el encofrado monárquico bajo sus pies -parecía estar todo tan bien atado- con lo que a diario van publicando los periódicos y los columnistas a medio camino entre el pesebre y el pellizco de monja, como atreviéndose sin atreverse. Con la que está cayendo, Letizia sube enteros y hasta se le ha quedado cara de moneda antigua, de esas de oro que hacen bueno cualquier bolsillo.
Ad latere. Tiempo llevo dándole a la cabeza con el runrún de que a de Guindos lo conozco de algo. Y espantado ha salido bufando el gato por mis carcajadas cuando trasteando desde el sillón me he puesto a ver esa maravillosa película de Edgar Neville que se llama La torre de los siete jorobados. Quía, como diría Arcadi Espada.

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