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La torpeza de la vanidad

Anda España nerviosa y los revueltos quieren dar descarrile a la Constitución por la vía rápida de la monarquía. Da grima ver, con rubor de vergüenza ajena, a uno de los padres del texto constitucional en el papel de abogado vende-motos, por muy infanta que sea su defendida; y es que el país es ya su lúcida viñeta, un detalle deslumbrante de decadencia y callejón del gato, con sus espejos y sus patatas bravas.

 

Pero entremos al trapo. Puerta gayola. Ha sido la Infanta Cristina, según sus abogados a pie de micro, tan clara y rotunda, que no me extraña que Miquel Roca ande “intranquilo” por la filtración que ha metido linterna a los 400 no sé de ésta en un seguir técnicas folclóricas de ignorancia y sólo madre y esposa amantísima; y después de que se nos dijera con cara de verdad aquello de que respondió ante el juez Castro “con todo detalle y de forma meticulosa” –Roca dixit-; o de manera “taxativa”, según acepción no RAE del penalista Jesús Silva, su otro abogado.

 

Las prisas últimas por declarar lo antes posible no han llegado hasta que se intuía la pedrada; es entonces cuando recalcan el detalle, pura imagen, de la voluntariedad y el sin privilegios ni aforamientos –como si fuera aforada.

 

El primer error, una vez iniciado el proceso judicial contra Urdangarín, fue el empecinarse y meter el dedo en el ojo de Torres con la imputación/no imputación de su esposa a sabiendas de todo lo que tenía éste en su recámara con aspersor y cuando nada se ganaba en la propia defensa del ex jugador de balonmano; el segundo, convertir los meses hasta la declaración de la Infanta en una letanía de desgaste ya irrecuperable donde la entrada en el juzgado era sólo una guinda visual, impactante pero humo de pajas. El gran error, el monumental, ha sido la torpe vanidad y la fe ciega en que el pesebrismo no se atrevería a levantar la alfombra; es por eso que Iñaki se despreocupó de sus correos electrónicos y por lo mismo hasta el final nunca pensaron en que la Infanta tendría que ir declarar.

 

El Rey ha cogido riendas, muy tarde, poniendo a dedo a Roca antes de que Pascual Vives le pisara el vestido a su hija. El cambio de rumbo fue evidente: asumir lo inevitable (imputación y declaración), acortar plazos y por lo tanto exposición pública (la gran sangría) y cerrar el caso con una multa por lo civil para la Infanta (mal menor) a costa de trullo inevitable para el yernísimo que tras su intento de negociación con migajas debe andar mentalizándose para el enrejado.

 

Ad latere. Año 2006. El Rey avisa a Urdangarín de que corte el negocio. La Infanta lo sabe. Nadie entra en detalles. Año 2013. Cristina dice desconocer hasta que es accionista de Aizoon. ¿Vive tan fuera de la realidad?
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