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Lo social como tarea

Gracias a mi experiencia como comunicador, y como formador empresarial y personal, cada día me convenzo más de la necesidad de salir de la propia interioridad para enriquecer los procesos de toma de decisiones, y conseguir resoluciones de conflictos satisfactorias para las partes.

Se trata de dar un giro de 180 grados en la concepción de las relaciones entre las personas, teniendo en cuenta que la comunicación es el canal por el que conseguimos llegar al éxito interpersonal: no existe otro modo de llegar al otro y de darnos a conocer nosotros mismos. Convencernos de que el otro, o los otros si se trata de un equipo o un grupo de personas con objetivos iguales (pienso en mi comunidad de vecinos, por ejemplo), tienen de suyo algo que aportar es clave para el éxito de los procesos: los puntos de vista de los demás me enriquecen por definición, y debo alcanzar una comunicación asertiva para entender su aportación, valorarla en su justa medida y transmitir ese valor intrínseco a quien tiene la valentía de intervenir.

Además, en los últimos tiempos constato con frecuencia que las líneas pedagógicas y metodológicas de la educación de jóvenes y adolescentes también van por estos cauces de romper con el individualismo rampante que nos consume, como personas y como sociedad. Todo ello amén de las relaciones de pareja, que se basan en estos mismos principios.

Quizá, la imagen de la actividad política de los últimos años nos hace daño: da la impresión, como mínimo, de que quien está en política no lo está para servir, sino para enriquecerse, con la nefasta magnitud mediática que conlleva. Esto nos hace escépticos y desengañados en la búsqueda de lo social como ganancia para todos.

Por eso, pienso que los antiguos y los nuevos partidos deben reflexionar sobre la importancia de llegar a pactos, a soluciones comunes para problemas comunes, a hacer de pontoneros de lo social. Y auguro que, si no lo hacen, caerán como fruta madura pues la conciencia colectiva ya no marcha por donde antaño iba, por la senda del individualismo atroz que nos mataba. Este país nuestro reclama un nuevo modo de hacer política, de hacer empresa, de hacer educación. Un modo abierto al otro, a sus aportaciones, a sus ideas, a sus emociones y a sus sentimientos, un modo, en fin, donde los caparazones ideológicos individualistas (tanto de derechas como de izquierdas) se rompan por el empuje de lo verdaderamente social.

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