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Los dioses lloran sobre Cortés

El gobierno español dice que no se conmemorará el 500 aniversario de la llegada de Hernán Cortés a México porque “allí ese tema es complicado”.

Pues bueno. Posiblemente uno de los dos o tres hechos más trascendentales de la historia -inmensa, compleja y espectacular- de nuestro país, y no se hace nada porque es un “tema complicado”. La proeza de Cortés y sus cuatrocientos hombres seguramente es nuestra particular llegada a la Luna -y no tengo claro que Armstrong lo tuviera más difícil-, un alunizaje en América que cambió nuestro mundo.

Cortés, un genio estratégico equiparable a los grandes generales de la historia, se pierde así de nuevo en una tenebrosa leyenda en la que se mezcla la bandera del indigenismo tergiversador, las sandeces de un inexistente genocidio y los complejos nacionales -para quien tiene miedo todo son ruidos-, incapaces de reconocer tanto la inverosímil y exitosa empresa de un puñado de hombres contra todo un imperio, como las aportaciones de los españoles a un Nuevo Mundo que dio a luz una cultura mestiza y riquísima.

Antes de ponerse a emascular nuestra identidad mediante el olvido o la preterición, hay que leer: El laberinto de la soledad, de Octavio Paz; Visión de los vencidos, de Miguel León-Portilla; la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo; La Conquista de México, de Hugh Thomas; las Cartas de Relación, del mismo  Cortés; Los libros del conquistador, de Irving Leonard; la Historia de Fray Toribio de Benavente “Motolinía”; las recopilaciones de Fray Bernardino de Sahagún; la Historia de Tlaxcala, de Diego Muñoz Camargo; Españolas en el Nuevo Mundo, de Eloisa Gómez-Lucena; la Historia General, de Gonzalo Fernández de Oviedo; darle un repaso a Alva Ixtlilxóchitl; Cartas privadas, de Enrique Otte; Historia de las Epidemias, de José Luis Beltrán…

Quien quiera leer a Bartolomé de las  Casas, puede hacerlo, pero teniendo en cuenta que distorsiona la realidad a su antojo. Si hablamos de novelas, hay algunas muy interesantes: La muerte del quinto sol, de Robert Somerlott; Cuando los dioses nacían en Extremadura, del -ahora- innombrable Rafael García Serrano; El dios de la lluvia llora sobre México, de László Passuth; El corazón de piedra verde, de Salvador de Madariaga…

Por cierto, Cortés está metido de cualquier manera en una pared esquinada de la iglesia de Jesús Nazareno, en el DF: no se puede visitar, ni sacar fotos, ni nada. No hace falta recordar lo que harían los ingleses o los franceses si semejante figura formase parte de su santoral. Bismark dio una definición de España tan tremebunda como exacta: “Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido”. En fin, todo es una cuestión de perseverancia, ¿no?

 

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