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Michael Moore

Pablo de Santiago

Hay que ver lo pesado que es Michael Moore. El orondo director de Michigan estrena estos días su último documental: Capitalismo: una historia de amor, y en él continúa con su empeño de arreglar Estados Unidos denunciando todo aquello que él considera nefasto para su país. Si en anteriores filmes arremetió contra la Asociación Nacional del Rifle (Bowling for Columbine), contra el presidente Bush (Fahrenheit 9/11) y contra el sistema sanitario norteamericano (Sicko), ahora el ímpetu de su dardo acusador recae sobre algo tan concreto como el capitalismo. Toma ya.

El documental ilustra algunos males del sistema capitalista (responsable de la crisis económica mundial iniciada en 2008) con diversas situaciones y hechos ciertamente injustos, y sazonados con entrevistas a los damnificados, enterados, etc. A realidades terribles aunque conocidas -sueldos miserables y préstamos abusivos para los universitarios, embargo de casas por los bancos, pérdida másiva de empleos sin derecho a indemnización, etc.- se suman y recogen otros usos empresariales que ponen los pelos de punta, como el de la existencia en Estados Unidos de empresas cuyos contratos les hacen beneficiarias de los seguros de vida de sus empleados. Este sistema lleva a la paradoja de que para esas empresas los trabajadores tienen mayor valor muertos que vivos. El colmo. Junto a ello, también Moore habla de puros casos de corrupción, como el del internamiento de menores en reformatorios debido a acuerdos entre jueces y empresas privadas, etc.

Aunque hay algunos gags bastante logrados, como la inclusión de la voz en off tipo El padrino, doblada sobre el anuncio de un préstamo bancario, o esa idea estrambótica de precintar un emblemático edificio de Wall Street como si fuera el lugar del crimen, en general, por la naturaleza de la narración, la película no es demasiado entretenida. Corrupción, injusticias, dramas personales y familiares, lobbys poderosos en las altas esferas… Queda poco campo para la creatividad del cineasta y en general al film le falta algo de emoción. Pero, sobre todo, ya sabemos de qué pie cojea Michael Moore. Es un tipo listo, valiente y cómico a su modo, pero también le está pasando factura el hecho de creerse en posesión de la verdad. Sólo parecen ser válidos su opinión y sus razones y eso acaba minando su credibilidad. Y lo que más llama la atención de este documental es que el cineasta parece no distinguir entre corrupción y capitalismo. Para Moore, el término ‘capitalismo’ es equivalente a ‘robo’, ‘engaño’ y ‘extorsión’.

Creo que nadie en su sano juicio niega que el sistema capitalista es un excelente calvo de cultivo para que los poderosos exploten a los débiles, pero el cineasta de la gorra obvia el hecho de que igual puede ocurrir (y de hecho ocurre) en cualquier otro sistema político y social. El problema es el hombre y no el sistema. Sin embargo, Mr. Moore parece ignorar eso y acusa una y otra vez al sistema, al mundo financiero, a las empresas (si no son cooperativas, claro) con su cerrazón característica, sin matices, sin excepciones, como si un empresario, un director de banco o un agente de bolsa no pudieran ser honrados y al mismo tiempo ganar dinero. Espoleado por las trágicas consecuencias de la crisis mundial, el cineasta de Michigan deja claro que el capitalismo -con Wall Street y George Bush a la cabeza- es el mal. Pero al bien, por supuesto, no se le ocurre llamarle socialismo o comunismo (eso sería ir demasiado lejos si quiere llegar al público). En su lugar habla sin ton ni son de la democracia (oh, qué gustito intelectual…), esa palabra mágica, impoluta y perfecta, estandarte para tantos demagogos.

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