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Necrológicas

Tiene la columna en España, para sarpullido de Arcadi Espada, mucho de literatura de fogonazo y matices que sólo hay por estos lares desde que nació el periodismo, por allá por Quevedo, el primero de los nuestros. “Madrid es un estilo literario”, que decía Umbral. A esto habría que añadirle la crónica taurina, tan lírica como críptica para sus ateos, y la necrológica especiada con pizcas de ego de quien la escribe por mucho que lo neguemos.

En estos días en los que el país anda aún con la resaca por la santificación de Suárez, cargo yo por las calles con el tocho de González-Ruano que recoge sus necrológicas y ha editado la Fundación Mapfre. Pienso en que la gran puñeta para un hacedor de necrológicas, algo de eso comentaba Rubén Darío, es no poder leer las propias, las que de nosotros escribirán amigos o enemigos cuando nos toque caja. González-Ruano tuvo la suerte de conseguirlo cuando, estando en Lisboa, le dieron por muerto. Corrió la noticia por la polvorilla de las redacciones llegándose a publicar notas al respecto de su fallecimiento.

Lo de las necrológicas tiene su enjundia pues hay que intentar sacar el último borbotón del muerto, evitando el coñazo de que parezca un rancio y elogioso currículum solemne o caer en el tonto buenismo. No es fácil la mezcla de sangre, tinta y el cruce transversal con nuestra propia vida para conseguir ese matiz subjetivo que la hace realmente interesante salvo que lo escriba algún político que aprovecha para coger bolígrafo, ordenador o negro de discursos para, de refilón, vendernos su propia moto asimilándose a lo mejor del fallecido.

Sólo una vez he escrito una necrológica que tardó casi una década en cumplirse por un coma de letanía. Fue la de Ariel Sharon. Desde aquello, nunca me adelanto y espero a la mortaja para servirme un vino lento y ponerme a escribir.

En el caso de Suárez, tanta transparencia anunciando su muerte en un plazo de cuarenta y ocho horas convirtió en una paradoja los tiempos verbales de los articulistas: eso de escribir en pasado con el ex presidente aún sentado en un sillón del hospital por aquello de ir adelantando trabajo y evitar las prisas, es raro. Ni la Casa Real renunció a hacer las cosas con calma pre-grabando el mensaje del Rey por la muerte del amigo. Jugando a estas cosas, hoy en día, Rubén Darío tendría una oportunidad.

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