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¿Nos quedamos en la película del maltrato?

Víctor Córcoba

Me parece muy saludable que, en el marco de los actos conmemorativos del Día Internacional de Lucha contra la Violencia sobre la Mujer, se celebren iniciativas de sensibilización contra los malos tratos. Yo siempre digo que algo es mejor que nada. Pero la cuestión de la  violencia doméstica tiene unas raíces más profundas, difíciles de curar de la noche a la mañana, cuando fuerzas contrarias insisten en separar el matrimonio del amor y el amor de la sexualidad.

Ahí está el llamado amor libre, el de usar y dejar tirado, pegando fuerte. El sexo por el sexo se ve como normal, nada escandaliza. La publicidad no habla del ser humano, ni de la complementariedad sexual como signo de donación. Todo se compra, se vende. Bajo esta atmósfera banal, donde el hedonismo y el relativismo moral rigen, lo lógico es que se crezca la bestia. A los hechos me remito, en los países de nuestro entorno cultural, donde hay más separaciones y divorcios, las estadísticas nos dicen que es donde más casos de violencia doméstica se producen. Cuestión que también nos debiera hacer reflexionar.

Sin embargo hay que unirse, en voz y obras, para que este terrorismo contra la mujer o cualquier otro ser indefenso, cese tanto dentro como fuera del hogar. La violencia, en cualquier modo y manera, -física, sexual, psicológica, o verbal-, es una vuelta a la brutalidad de las cavernas. En este sentido, veo hasta muy bien que el gobierno nos ofrezca una película. Pasemos de quedarnos sólo como espectadores. Ahondemos en el asunto. Pidamos nuestro propio papel y alcemos nuestro propio argumento en consonancia con el hilo argumental de la campaña que narra el final de una historia de malos tratos, haciéndolo desde tres puntos de vista diferentes: el de la mujer maltratada, el del maltratador y el de las personas que configuran su entorno. A partir de esta narración común, se desarrollan tres piezas distintas en las que una mujer víctima de la violencia de género sale de un juzgado para volver a casa. En el viaje, la mujer va acompañada de sus amigos y cuando llega a su hogar es arropada por sus hijos y vecinos. El agresor se queda solo, aislado y custodiado en los juzgados. Piense la síntesis: ¿Termina el problema o empiezan otros añadidos que, a veces, agravan aún más la situación? Esto es lo que hay que reconsiderar.

Las intenciones podrán ser todo lo sensible que anhelemos, pero lo cierto es que una mujer cuando huye encuentra más puertas cerradas que abiertas. Y el agresor ni se queda solo, ni todo lo aislado que se debiera. La ley tiene sus vacíos y lagunas. No es la llave perfecta para ponerla a salvo. Los medios para comenzar una nueva vida, sin miedo al agresor, son todavía muy insuficientes. Apenas unas migajas. Los maltratadores esto lo saben y, en consecuencia, se muestran más altaneros y comienza la trama del revanchismo, bajo el guión de nuevos escarmientos a la víctima. Por otra parte, la solución no es que la sociedad se movilice un día, o  cuando suceda una desgracia, todos estamos llamados a poner una atención especial y constante en denunciar esa violencia doméstica que intuimos o de la que somos testigos. En esto, como en tantas cosas, se hace mucha vista larga.

Es coherente que la campaña sea el punto de partida de otras acciones de sensibilización. Pero hay que dar un paso más allá de los buenos propósitos para que se regenere la cultura de hacer familia en familia. Considero que pretender resolver este problema sólo desde un punto de vista jurídico social, sin poner freno al diluvio de exaltaciones pornográficas contrarias a la dignidad de la persona, es un mal ambiente para remover conciencias y reciclar conductas. Pienso que no estaría de más la creación de centros de verdadera orientación familiar, dirigidos a reeducar y rehabilitar el entramado familiar. Con personas que no tienen vínculo familiar alguno y con la escuela desmotivada, resulta complicado humanizar a nadie. ¿Dónde han quedado las exigencias del amor y del perdón? En este mundo de apariencias, que vive de ensoñaciones y superficialidades, no lo veo por ninguna parte. Sólo violencia, simientes de odio y sedimentos de venganza, negocios de abogados y cuentos de la lechera.

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