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Oda a la ‘cocreta’ congelada

Juan Luis Sánchez

Nota: Lo primero que me gustaría comentar es que hice una primera versión de este artículo donde escribía ‘croqueta’ en lugar de ‘cocreta’. Me resultaba gramaticalmente correcto pero falso e irreal. Me tocaba las narices el término porque no conozco a nadie en el mundo que diga ‘croqueta’, así que a partir de ahora usaré la otra palabra. Me da igual si marco tendencia y la Academia de la Lengua me hace caso dentro de 60 años o que me ignoren por completo.

Me viene a la mente la experiencia de comer una cocreta congelada. Está basada en una obra maestra de la cocina internacional apreciada por todos, es una buena muestra de la tecnología alimentaria más avanzada, técnicamente impecable, y recuerda lejanamente a una cocreta de verdad, un elemento importante de nuestra vida que recordamos desde la infancia.

Puedes decirle al que coma contigo que os han salido bastante bien y que están muy sabrosas. Incluso escuchas la voz de algún apasionado: “¡Son las cocretas más espectaculares que jamás ha fabricado esa marca!”. Tienen textura de cocretas y cosechan un enorme éxito en los supermercados. Mientras la saboreas, te retrotraes en cierta forma a intensos momentos de tu infancia, cuando te dejaron una huella imborrable.

Pero mientras te las comes, vamos a ser francos, notas que algo falla, que las cocretas congeladas son insulsas. Parece que estás masticando comida de plástico. ¡Qué narices! ¡No son cocretas de verdad ni de broma! Y eso que tú pones todo de tu parte para autosugestionarte, y disfrutar de la experiencia. “Estoy comiendo una que es auténtica”, te repites una y otra vez con la esperanza de que funcione, pero no te lo acabas de creer.

Y si pasas un rato masticándolas pueden llegar a agotar. Son pastosas y aburridas. ¡Demonios! ¿Cómo se le puede llamar a eso cocretas? Si las hubieran puesto otro nombre, no habrían traicionado tus expectativas e igual no te decepcionarían tanto. ¡Que las denominen de otra forma! Ya sé: podrían llamarlas ‘croquetas’.

¿Qué tiene que ver ese producto industrial, que anuncian hasta el agotamiento en todas partes, con aquellas preparadas a mano y con cariño? Recuerdas que llegaron hasta ti sin hacer ruido, y que te hacían sentir único y especial. Soy un gran fan de las cocretas, de las de verdad. Cuando me fui a vivir solo les hice una foto a las de mi madre y la colgué en el salón. Hubiera sido mejor quedarse con el recuerdo de aquéllas, y no recurrir a las congeladas. ¡Qué memorables veladas comiéndolas, compartiéndolas con los hermanos, comentando la grata experiencia, sintiendo a ratos suspense a raudales, porque uno no sabe muy bien nunca de qué va a ser una cocreta… Pero al final la historia acababa bien!

Uy, ¿yo no iba a hablar de cine y de algún estreno en concreto? Es igual, no será una peli que deje mucho poso y se me ha ido de la cabeza.

[email protected]
juanluissanchez.blogspot.com

 

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