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Pasarela política fashion week

Víctor Vázquez

Empieza este artículo como un parte de guerra desde la Universidad Autónoma de Madrid al ralengo del San Canuto más frío que se recuerda. Entre humos, las líneas rectas de este texto ceden a lo sinuoso del cachondeo, las sonrisas se convierten en carcajadas, las tímidas dejan sus apuntes con buena letra a los que van poco a clase y la humedad trepa por las piernas mientras el rector sólo espera que pase el jolgorio sin ninguna complicación.

Pongo el oído, fiel a mi condición de voyeur con todos los sentidos, y escucho a un grupo cercano poniendo a caldo a la pepera Sáenz de Santamaría por las fotos del periódico El Mundo: una nueva medalla para Pedro J. por su capacidad para generar una noticia de la nada. ¡Chapeau!, y de paso hacer recular a Mariano con sus críticas a los posados, igual de rancios que las críticas, de las ministras socialistas para Vogue.

Debo de estar haciéndome mayor, o convirtiéndome en un esteta recalcitrante, pero a mí las fotos de la portavoz no sólo me han parecido bien sino que incluso me han gustado, con lo pequeñita que es y con esa nariz espantosa que tiene; ustedes me perdonen pero a mí me gustan las mujeres con las narices rotundas y si me sacan media cabeza, pues mejor.

Soraya me cae bien a pesar de reconocerse encandilada por Rajoy en plan flechazo miope disparado por borracho querubín. Tiene un punto pícaro y rápida respuesta ácida, que demostró, explicando lo indefendible y sin poder aguantar la risa, cuando tuvo que graparle arabescos a las palabras de Fraga con aquello de colgar a los nacionalismos. Utilizó “sopesar” como sinónimo de “colgar”, por aquello de las romanas que yo aún recuerdo que utilizaba mi abuela de la Costa de la Muerte, y que debe ser de la quinta de don Manuel, para pesar lo que compraba en el mercado. Puede que este último utilice también lo que por la esquina noroeste llamaban pesaleites -pesaleches-, que no era otra cosa que un densímetro para ver si las lecheras le metían agua al zumo de vaca.

Soraya es una tía sin complejos, algo que habitualmente se asocia a la izquierda con dinero y tiempo: la progresía, y escuece en este caso porque la niña ha salido de derechas: un error lo tiene cualquiera…, qué le vamos a hacer. La vi yo de vaqueros cantando el ¡No, no, no! a la rehabilitación a coro de la Winehouse en el Rock in Río madrileño mientras las radicales progres, de zapatillas y bata en su casa, tiraban de compact disc -sin enterarse de que el vinilo ha vuelto- con Ana Belén y la tan antigua Puerta de Alcalá.

Es lógico que reconozca méritos a Rubalcaba, maestro de varios palos flamencos en el tablao del hemiciclo, pues es de su misma escuela, aunque por edad ande ella en cursos inferiores que va sacando con nota extrayéndoles todo su petróleo. Y ya que entramos en el Gobierno y en chascarrilos de pasarela política, no podemos olvidarnos de Carme Chacón: perfecta la elección de su vestuario, quizá con exceso de maquillaje, obviando el traje de jarrón femenino y ornamental que impone una tradición y un protocolo que ostentan la única verdad de su antigüedad y nada más. Florero lo será su puta madre, parece decir, y ahí lleva toda la razón.

 

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