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Pedro Larrea, poeta

Es Pedro poeta en el exilio tratando aún de hacerse a ello a pesar de los años que lleva fuera. Por ese estar lejos tan difícil, y retorcido por épocas, lo llamé cernudiano alguna vez quitándole hierro al asunto. Egoístamente, o no, me gustaría que regresara. Es Pedro puro poeta, es Pedro poeta amigo y echo de menos esos días que bautizamos Max Estrella en los que callejeábamos sin rumbo un Madrid de vinos, librerías y paliques. Tiro de cuentas y desde la última vez que nos hemos visto, le ha dado tiempo a publicar tres libros que ya ni presentará por aquí, casi un ser de lejanías, en su rápida visita de mayo. Su primer poemario, La orilla libre (Ártese quien pueda, 2013), que inaguró en su día en la calle Libertad entre ginebras y leopardos, es pólvora frutal y borboteo luminoso. Por un poema de los que por ahí andan, lo conocí yo cuando lo recitó en casa de Ginés Liébana: “Mordiste una granada y en tus dientes / quedó la sangre presa para esculpir anillos / sobre estas piedras suaves de mis hombros.”La tribu y la llama (Amargord, 2015) es su segundo libro de poemas, lleno de cubismo y críptica catarsis, de entresijos y juego poético con un impactante poema inicial lleno de crudeza y honestidad. Dedica parte del libro a una librera de nombre desconocido que aún anda en su puesto en Lisboa, al pie del cañón, defendiéndose de la crisis, y que por azares del destino, siguiendo las huellas de Lily por la ciudad, yo he seguido viéndola. Su ensayo titulado Federico García Lorca en Buenos Aires (Renacimiento, 2015) me trae los recuerdos de sus investigaciones en la capital argentina, soñando aún con encontrar alguna grabación de Federico en el archivo perdido de una radio; y me acuerdo de aquel Fernet que nos bebimos anocheciendo en La Biela, o cuando nos enteramos de la muerte de Sábato paseando nosotros por San Telmo, o los cafés con jengibre en El Gato Negro de la calle Corrientes donde parábamos a escribir. Y ya por fin su último poemario, recién entintado: Manuscrito del hechicero (Valparaíso, 2016) donde abandona, sin abandonarlo del todo, su Valery, su Guillén, la eufonía, su animalario con pelícanos de plomo, su Aleixandre pasado por el Amazonas; para afilarlo todo con guiños de cotidianidad tan cercana que suena como una pedrada.

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