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Perdiéndonos de vista

Me ha llamado la atención este verano el control que ejercen en la actualidad muchas madres y padres sobre sus hijos. No sobre niños muy pequeños, que pueden provocar más tendencia a la sobrevigilancia, sino ya mayores, que podrían, y tal vez deberían, estar en compañía de otros niños, intentado esquivar a sus progenitores.

Recuerdo mis vacaciones infantiles. Mis padres estaban deseando perderme de vista (y yo a ellos, cómo no) Estar mucho tiempo pegado a los mayores se hacía largo; nos poníamos pesados y resultábamos un incordio. Esto ha cambiado poco, los chicos después de estar mucho rato quietos con los papás se encuentran incómodos y pueden resultar fastidiosos. Incluso en la piscina; mucho más en un restaurante o  cualquier sitio pensado “para los mayores”. 

Pasábamos mucho tiempo en el pueblo, y era normal, ya desde muy pequeño, que salieses de casa después del desayuno y tu única responsabilidad fuese estar en casa “a la hora de comer” -hora indefinida que ha dado lugar para mí a más de un disgusto por problemas de interpretación, igual que para muchos, imagino-. Luego la casi obligada siesta, y la historia se repetía hasta la “hora de cenar”, con la misma problemática indefinida del mediodía.

En el pueblo pasar el día en la calle parece más tradicional. Pero también era habitual en la playa o en Madrid. Siempre que estuviéramos en un lugar que más o menos conociéramos y donde nos pudiéramos manejar solos, la libertad para salir y entrar era bastante grande, y la separación de nuestros padres permitía ciertas “trastadas” en la pandilla de amigos. No me refiero a nada grave, sino a las primeras palabrotas, las tradicionales peleas con los del barrio de al lado o alguna bronca recibida de un desconocido por hacer o decir lo que no debíamos.

Ahora veo a la mayoría de los niños pegados a sus padres, con muy poco espacio para hacer cosas por su cuenta. Hasta en lugares donde lo lógico sería soltarles la cuerda y dejarles libertad para perdernos de vista. Ni si quiera les imponemos las “obligaciones” que tanta rabia nos daban pero que nos hacían considerarnos un poco más mayores, como ir a la compra, o bajar la basura. Ahora parece complicadísimo para gran parte de los niños de 10 años comprar un cuarto de kilo de chorizo en la carnicería de al lado de casa. 
 
Luego nos quejamos si  buscan aislarse de nosotros y pasan el día pegados al móvil, trasteando en redes sociales. Es su manera de poder perdernos de vista, aunque sea de manera virtual. Si lo que yo hice fue disfrutar de mi infancia, da la impresión de que a nuestros hijos les estamos estrechando la suya.
 
http://elola.blogia.com 
@JJElola

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