Me ha llamado la atención este verano el control que ejercen en la actualidad muchas madres y padres sobre sus hijos. No sobre niños muy pequeños, que pueden provocar más tendencia a la sobrevigilancia, sino ya mayores, que podrían, y tal vez deberían, estar en compañía de otros niños, intentado esquivar a sus progenitores.
Recuerdo mis vacaciones infantiles. Mis padres estaban deseando perderme de vista (y yo a ellos, cómo no) Estar mucho tiempo pegado a los mayores se hacía largo; nos poníamos pesados y resultábamos un incordio. Esto ha cambiado poco, los chicos después de estar mucho rato quietos con los papás se encuentran incómodos y pueden resultar fastidiosos. Incluso en la piscina; mucho más en un restaurante o cualquier sitio pensado “para los mayores”.
Pasábamos mucho tiempo en el pueblo, y era normal, ya desde muy pequeño, que salieses de casa después del desayuno y tu única responsabilidad fuese estar en casa “a la hora de comer” -hora indefinida que ha dado lugar para mí a más de un disgusto por problemas de interpretación, igual que para muchos, imagino-. Luego la casi obligada siesta, y la historia se repetía hasta la “hora de cenar”, con la misma problemática indefinida del mediodía.
En el pueblo pasar el día en la calle parece más tradicional. Pero también era habitual en la playa o en Madrid. Siempre que estuviéramos en un lugar que más o menos conociéramos y donde nos pudiéramos manejar solos, la libertad para salir y entrar era bastante grande, y la separación de nuestros padres permitía ciertas “trastadas” en la pandilla de amigos. No me refiero a nada grave, sino a las primeras palabrotas, las tradicionales peleas con los del barrio de al lado o alguna bronca recibida de un desconocido por hacer o decir lo que no debíamos.
@JJElola