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Sobre perros y gatos

Pablo de Santiago

El otro día paseaba yo por la calle Eloy Gonzalo y presencié una sencilla escena, a priori bastante anodina, pero que despertó en mí sensaciones olvidadas. Un pastor alemán ladraba furiosamente con las patas delanteras apoyadas en el murete que separaba la acera de la finca colindante. Ladraba sin parar, con actitud desafiante, orejas alerta, y la mirada fija sobre algo que había al otro lado de la valla. Lógicamente dirigí allí mis ojos y vi al causante del alboroto: un gato. La dueña del perro, y también una chica joven y varios niños sonreían ante el extraño suceso. Disfrutaban. Y yo sentí esa sensación de la que antes he hablado. La sentí mientras caminaba y pensaba: "un perro ladrando a un gato", "increíble", "qué maravilla". Era una sensación plena de normalidad, de orden, de comprensión hacia la vida, hacia los hombres, hacia el mundo, una especie de seguridad que significaba "¡sí, es lo que debe ser!". Y recordé aquellas palabras de Isak Dinesen en sus Memorias de África: “aquí es donde debo estar". Las cosas deben ser de una manera. A veces no da igual que sean de otro modo. Hay cosas mejores que otras, hay opciones mejores que otras, hay cosas ciertas y cosas falsas. Como decía Izrail Metter en su extraordinaria novela La quinta esquina: "Todos los hombres necesitan al menos una verdad en que su alma pueda descansar". Yo había encontrado mi verdad. Los perros deben ladrar a los gatos. Al menos, eso que no me lo cambien.

Recientemente he tenido la suerte de entrevistarme con el cómico estadounidense Jerry Seinfeld, con motivo de la presentación de su película Bee Movie. En un momento dado dijo textualmente que él era "una persona normal, que estaba casado, que tenía hijos y que tenía amigos". ¡Guau! Me encantó su modo de definir a "una persona normal". Lo echaba de menos. En una época en que parece que lo "normal" no cuenta, sino que sólo lo "auténtico" merece respeto (aunque sea la mayor equivocación de la historia), en una época en que da igual si un hombre se comporta como mujer o viceversa, en una época en que la palabra aborto se ha convertido en el peor eufemismo, en una época en que tener sólidas convicciones te transforma automáticamente en primo hermano de Mussolini, en una época así, en esta época digo, que un tipo dijera que es normal porque tiene una mujer, unos hijos y unos amigos me pareció el colmo de la valentía y el descaro. Eso sí que es ser auténtico. También es puro sentido común, pero a veces declararse con sentido común es el mayor heroísmo. Si lo haces puedes ser tachado de intolerante y depravado. Sin embargo, con la distancia que me da la letra impresa, me atrevo a reivindicar las cosas normales: reivindico que hay asuntos más importantes que otros, reivindico que hay personas que se equivocan y personas que aciertan, reivindico que hay verdades y mentiras, reivindico que los perros tienen que ladrar a los gatos, reivindico la desigualdad de los sexos, reivindico a las suecas rubias y de ojos azules, reivindico a las familias de toda la vida, reivindico a los padres educadores de los hijos, reivindico que los niños jueguen con pistolas y balones de fútbol, reivindico los finales felices, reivindico que hay gente más rara que un perro verde, reivindico el helado de chocolate, reivindico que las niñas tengan muñecas, reivindico las películas del oeste, reivindico las arrugas en la frente, reivindico los platos de espaguetis con tomate, reivindico los pendientes de perla, reivindico los Reyes Magos, reivindico los goles por la escuadra, reivindico que los asesinos siguen siendo asesinos, reivindico la tercera sinfonía de Brahms, reivindico que no es malo arrepentirse, etc., etc.

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