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The Road

Pablo de Santiago

Resulta incomprensible que la película The Road (La carretera), traslación en imágenes de la extraordinaria novela de Cormac McCarthy, no haya encontrado el eco que se merece tanto en la cartelera española como en la estadounidense (no ha sido nominada a ningún Oscar). El protagonista, Viggo Mortensen, piensa que ha fallado la distribución del film de modo estrepitoso, y ciertamente sólo así se entiende que la adaptación de una novela tan célebre en Estados Unidos (ganó el Pulitzer en 2007) haya obtenido tan parca respuesta. A mi modo de ver, se trata de una injusticia manifiesta, pues es una de las mejores películas -si no la mejor- que he visto en mucho tiempo.

El film llama la atención por su sencilla historia, por su hondura antropológica, por su impactante puesta en escena. Un gran cataclismo ha asolado el planeta. Un padre y su hijo arrastran sus enseres en un carrito de la compra a través de un paisaje siniestro, desértico, oscuro, muerto, plagado de piedras y de troncos desnudos de árboles podridos, un lugar inhóspito que suponemos que un día fue un bosque lleno de colorido y vida. Ahora no queda nada. Padre e hijo arrastran sus cuerpos, envueltos en harapos. Viajan hacia el sur, hacia donde se supone que está el mar. En su camino sobreviven sin comida, ingiriendo, de cuando en cuando, algún insecto insignificante que aún existe… Por el camino, lleno de casas y ciudades deshabitadas, hay muchos peligros. El mayor de todos está en el acecho de ‘malos’, hombres que se han convertido en caníbales, pero también es inmisericorde el frío húmedo, el hambre insoportable, la enfermedad, la tentación del suicidio. Además hay algunos encuentros con vagabundos. Y, entretanto, el padre lucha por no desmoronarse e insufla esperanza a su hijo, aunque también guarda en su poder una pistola con dos balas. Quién sabe si tendrá que utilizarla.

Una increíble fábula sobre la dignidad humana. Sobre la lucha entre el bien y el mal en el mundo y en el corazón del hombre. Eso es The Road. Eso es también la vida, podría decirse. Y, aún así, quizá alguien opine que el guión es pobre, que en la trama apenas suceden cosas. Quizá. Pero el sentido del film es tan poderoso y está tan perfectamente resuelto en pantalla que convierte en simples detalles esas posibles deficiencias. Sólo el planteamiento le deja al espectador anonadado, sobrecogido. Es la supervivencia en medio del horror. Y el impacto es mayor gracias al trabajo estelar de Viggo Mortensen, escalofriante.

Asombroso resulta el paisaje infernal que John Hillcoat ofrece en el film. Un universo irrespirable que parece sacado del apocalipsis, donde no hay luz que pueda irradiar esperanza. Con esa fotografía gris, del color de la ceniza y de la muerte, el español Javier Aguirresarobe logra que el corazón del espectador quede inmerso en el horror. Es el color de la desesperación, del miedo, de la tristeza. Y sin embargo, sin embargo…, ¡oh paradoja del arte y de la belleza!, hay pocas historias tan optimistas como la concebida por Cormac McCarthy y ofrecida por Hillcoat con absoluta fidelidad al original. La película rebosa amor. El amor de un padre por un hijo, el amor de un hijo por un padre. El amor al bien y a la conciencia moral -ese eterno ‘fuego’ que llevan en sus corazones- y a la postre el amor hacia el ser humano, la inmortal esperanza de que donde hay un hombre no está todo perdido. “Si fuera Dios habría creado este mismo mundo, no uno diferente”, dice el padre en un momento trágico del film. Al final, el verdadero amor puede con todo.

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