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Una de piratas

Víctor Vázquez

Elecciones en Galicia, elecciones en el País Vasco. En fin: una de piratas que tratan de esconder sus patas de palo y halitosis ética mientras nos hacen ojitos con prístina mirada sin explicarnos que es el ojo de cristal, mirando fijamente pero sin vernos, el que nos pide voto. El mismo que se ponen para las ocasiones en que toca sacarse el feo parche con el que andan por trastiendas haciendo chanchullos a puñal por espalda, y poder guiñarlo, cómplice, en la fotos mitineras que sus madres van recortando de los periódicos orgullosas del cabrón salido de sus entrañas.

Los políticos, en perpetua campaña, son un pastiche entre impostada simpatía y lerdismo bien enraizado que aflora a lo mínimo que rasques; vamos, un fondo de armario lleno entre ignorancias y carencias que muestran orgullosos ante el aplauso de los ya convencidos a la causa. Y no, no hablo de Bustamante, al que Jorge Javier Vázquez -toma que toma cá…- define más o menos así; y ya se sabe que “ojo de loca, no se equivoca”, que tituló Leopoldo Alas.

Triunfitos o politicastros: a unos los votas por sms y a los otros con papeletas en un buzón que llaman urna, como las funerarias, como si en vez de nuestra elección metiéramos las cenizas de nuestro idealismo. “Compre mi mierda en estuche de lujo, que nosotros se lo vendemos con sonrisa encalada y luminosa”, es lo que parecen escribir a lápiz detrás de los lemas de campaña o promoción. La verdadera realidad.

A ver para cuándo un contenedor negro para reciclar políticos al igual que hacemos con el papel y el cristal. Si André Tchaikowsky, un pianista polaco, donó su cráneo a la Royal Shakespeare Company para que éste se utilizara en futuras representaciones de Hamlet como por fin ha ocurrido, por qué no aprovechar el marfil de todos estos corruptos para hacer teclas para pianos: los agudos para los de derechas, los graves para la izquierda y los bemoles para nacionalistas varios. Ya lo estoy imaginando: cada tecla, perfectamente recortada y pulida, enganchada a su cuerda como si de una horca afinada se tratara, y lista para que un músico, el más inocente de los verdugos, interprete ese Miserere del que nos habló Bécquer: “Crujen, crujen los huesos, y de sus médulas han de parecer que salen los alaridos… La cuerda aúlla sin discordar, el metal atruena sin ensordecer; por eso suena todo, y no se confunde nada, y todo es la humanidad que solloza y gime… Las notas son huesos cubiertos de carne; lumbre inextinguible, los cielos y su armonía…, ¡fuerza…!, fuerza y dulzura”.

A saber si las cacerías de Bermejo     -ex ministro, qué gusto da escribirlo- y su afición a comprar cornamenta cuando le fallaba la puntería pero no la chulería, a tocateja y con billetes de quinientos, los llamados ‘binladen’: existen pero no sabemos dónde se esconden; pues a saber si no es, también, para hacerse un instrumento y retomar ese grupo ye-ye que tenía de jovenzuelo progre y desahogado a costa de la pesetas que daban las gasolineras concedidas a papá por ser buen falangista. Al final, la cabra siempre tira al monte y el déspota termina quitándose la careta de hippie pues le termina asfixiando.
 

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