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Una nueva era

Pablo Sagastibelza

Hace unos días en Cataluña se han celebrado elecciones al Parlamento autonómico. Como es lógico, en las jornadas siguientes todos los medios de comunicación han dedicado mucho espacio a analizar los resultados, intentar adivinar las posibles alianzas de gobierno y hacer todo tipo de comparaciones respecto al pasado y al futuro. Aún hoy -y lo que nos queda…- sigue siendo tema de portadas, tertulias radiofónicas y noticias de televisión.

Indudablemente, lo inmediato tiene interés, en particular para aquellos ciudadanos que siguen la vida política con más o menos pasión, y procuran estar al día de lo que sucede. No hay que despreciar en absoluto las consecuencias derivadas de que una parte no pequeña de la población acuda a las urnas, sobre todo si aquéllas pueden afectar de manera sensible al conjunto de los ciudadanos.

No obstante, a mi juicio, hubo una noticia del día después de las elecciones que a medio y largo plazo es mucho más importante que los resultados inmediatos catalanes. Muchos medios recogían la creación del primer partido político de rumanos en España. En concreto, en Castellón. Quizá, la polvareda de las elecciones catalanas nos nuble la vista, pero debemos estar seguros de que el calado de la noticia "pequeña" afectará a la vida política y social de nuestro país mucho más que las alianzas y derivados que puedan ocurrir en Cataluña en los próximos meses.

No me refiero al Partido Independiente Rumano (PIR) en sí mismo, que así se llama, sino a lo que significa que los rumanos ya estén pensando en tener sus propios representantes en la organización de la sociedad, precisamente para configurarla y actuar en ella. Quizá este partido sea efímero, dependerá mucho de la constancia y entusiasmo del empresario que lo ha fundado, pero es indudable que supone el pistoletazo de salida para una nueva situación global.

A partir de ahora, los cientos de miles de personas que han llegado a España buscando nuevas oportunidades participarán activamente en la vida política con sus propios responsables, que, en muchos casos, ya serán españoles de pleno derecho. Traen valores e ideas nuevas, una personal concepción vital de lo que debe ser una sociedad moderna y, por supuesto, usarán los mecanismos del Estado para transmitir al resto de ciudadanos sus propuestas de solución a los mil y un problemas con los que nos enfrentamos a diario. Es cuestión de tiempo que empiecen a hablar del problema de la inflación, de la vivienda, de cómo gestionar mejor los fondos europeos, de la seguridad ciudadana o incluso del grado de competencias asumidas por las comunidades autónomas. Todavía son pocos, pero que nadie dude de que en un plazo de cinco a diez años el panorama habrá cambiado sustancialmente. Hay movimiento intenso, y se cuentan por decenas las asociaciones de inmigrantes que evolucionarán hacia otras formas jurídicas de mayor peso.

Es seguro que los grandes partidos políticos tradicionales tendrán que integrar en sus filas a personas provenientes de estos nuevos estratos sociales, y no sólo a modo de propaganda electoral, sino con la certeza de que serán actores de relieve en la definición de las líneas de gobierno. Así como en Estados Unidos ya existen desde hace muchos años políticos surgidos de entre las filas de hispanos y negros, aquí nos acostumbraremos a tener como representantes a personas de origen latinoamericano, europeos del Este y subsaharianos. Lo más preparados de entre ellos tienen una oportunidad excelente para introducirse en las entrañas de la política nacional, autonómica o local.

Atentos, pues, no sólo a cómo acaba el baile entre Mas, Montilla, Carod y otras especies, sino sobre todo al Partido Independiente Rumano, que anuncia una nueva era.

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