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Vila-Matas, instrucciones

Ha sobrevivido Enrique Vila-Matas a ese mal de los enfermos de literatura que, medio ahogándose en su absurda y exquisita sopa de letras, están en su mayoría predestinados a la muerte anónima o al Bartleby que, sin ser lo mismo, es parecido aunque más interesante.

Leer a Enrique supone hacerlo a una espada de distancia o bien lanzándose como una mosca alucinada contra su tupida telaraña de delicias mínimas, convertidas en vital importancia, sin saber si estás protegido o vas a ser devorado. Elijan un método lectura: el mío, quizá un poco desastre, consiste en leerlo releyendo a la par otro de sus libros. Manías que tiene uno como la de tener que robar los libros de Umbral antes de ponerme con ellos para que vengan así dotados de cierta canallería.

Está Enrique metido en la gran tradición literaria europea, pero es a la vez un escritor de márgenes, tenaz en su técnica de falso garbancito, lanzando con fuerza sus pequeñas guías lejos del camino por el que transita al darle tanta importancia al avanzar como al distorsionar las huellas que va dejando, y aunque eso le impida volver. ¿Es el estilo la clave de la novela moderna como dicen algunos? El riesgo de quedarse encerrado en éste como un laberinto es demasiado alto. Escribir es escarbar entre la obsesión y el automatismo con un mucho de fuga, o quizá no.

Si creen haber visto a Vila-Matas alguna vez, duden, es lo más razonable pues pocas veces es él. Eso lo aprendí yo la primera vez, en el ya desaparecido Bandido doblemente armado, café-librería cercano a la glorieta de Bilbao y su más expansivo Café Comercial. Caía una hora extraña y el local estaba extrañamente vacío. Los dos sentados en mesas encontradas intentando averiguar qué era lo que leía el otro mientras tratábamos de esconder lo propio. Todo invitaba a lo contrario, pero gano el silencio. Un acierto pues no era él aunque después tuviera la osadía de presentar uno de sus no-libros.

Si creen encontrarse con Vila-Matas, huyan, puede ser un odradek, como me pasó a mí en la calle Celetná de Praga un 19 de abril del 2007 en el que se me apareció de frente y la alerta se quedó grapada a mis vertebras durante toda la semana. Si no pueden huir y les habla, nunca empiecen ustedes, aprovechen, pregúntenle por Barthes hasta que puedan escapar, pues sabe más de lo que cuenta. Es hora de destapar ese complot: su muerte en Oporto, no en París, y pregunten, pregunten por la furgoneta que le atropelló que no era la de una lavandería cualquiera. Fue una víctima, sin duda, de la guerra sucia entre transitivos e intransitivos que aún dura, cuando unos y otros lo querían de punta de lanza de sus cosas. Pero dejemos el tema aquí por mucho que yo cruce siempre la calle con mucho cuidado o también peligrará mi vida.

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