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Vivir Madrid

Juan Julián Elola

Todos tenemos muchos amigos de fuera. Visitantes ocasionales de nuestro Madrid. Y todos sabemos que una de las características que más llama la atención de los foráneos es que en Madrid falta primavera. De primavera y de otoño. Pasamos de forma brusca del frío al calor y del calor al frío. Calor extremo y frío extremo. Con pocos estados intermedios, con pocos días de “entretiempo”. Me contestarán que hace más calor en Sevilla y más frío en Soria. Pero en pocos sitios como aquí los contrastes son tan abruptos como en nuestra ciudad. 

Yo estoy convencido de que este clima tiene su repercusión paralela en la forma de ser de sus habitantes. Es la ciudad entera la que no entiende de tibiezas ni de estados intermedios. Eso convierte a una ciudad como la nuestra en un lugar de amores y desamores dramáticos, de sentimientos exaforados y de pasiones incontroladas. Una ciudad dispuesta a lo más y a lo menos, sacrificada como pocas, y visceral como ninguna. Ya conocieron esa característica de los madrileños los franceses que tan a gusto vivían aquí en mayo de 1808. Y las tropas moras de Franco que vinieron en un apacible paseo militar a celebrar el desfile de la victoria a finales del 36. Madrid es radical, descarnada. Para todo, seguramente. También para la política, como no. Y también para el amor o el odio más intestino a la propia ciudad. 

Hemos sufrido los madrileños estos días, como habituales sufridores que somos, los efectos de la reciente huelga de transportes. Por fortuna, en esta ocasión, la actuación del Ministerio del Interior ha evitado que la situación se prolongase. Aplicando restricciones drásticas a los camioneros que pretendían, una vez más, bloquear la ciudad y castigar a sus habitantes con la inmovilidad más absoluta. Sufrimos unos días, pero podemos estar seguros de que nos hemos salvado de “lo peor”. Conseguir que los madrileños lo pasen mal es el objetivo de muchas manifestaciones, a juzgar por los planteamientos que hacen sus convocantes. Y sobre todo, por los resultados.

Poco quedará cuando se publique este artículo de los dolores pasados, salvo el recuerdo de las alarmas y las compras desatadas. Quedará, eso sí, en muchos, la sensación una vez más de que no vale la pena vivir aquí. A pesar de que finalmente no fue para tanto, la situación habrá servido para desatar los sentimientos de muchos de los que habitualmente “vivimos” Madrid. Dada esa característica de nuestras gentes que he comentado, estamos en la época en que muchos madrileños habrán hecho gala de su “madrileñismo”. Así, habrán convertido ese sufrimiento por la dificultad en el tráfico, en repulsión a la ciudad. A muchos les habrán vuelto a llevar a plantearse qué hacemos en esta ciudad, como nos sucede cada vez que ocurren hechos similares. Y nos veremos de nuevo pensando en lo bien que se vive en otros sitios.

Pero el mañana vuelve a ser de Madrid. Esta, nuestra ciudad, nos mostrará su cara amable. La multitud de vivencias que día a día nos ofrece y que, en definitiva, son el marco en que colgamos las experiencias personales. Ningún otro sitio permite vivir con la intensidad de Madrid. Aprovecha y, si eres de los que han regañado con la villa por los pedecimientos que nos obliga a sufrir, empápate ahora con sus bondades. Vive el verano como sólo se puede vivir en Madrid, y disfruta hasta el último rincón de sus maravillas. Si algo no puede negar nadie es que, si Madrid es ya de por sí encantadora, en agosto es realmente un sitio espléndido para sentirse especial. Las 24 horas del día. 

Y así hasta la próxima vez en que tengamos la ocasión volver a odiar a esta querida ciudad.

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