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Y si la muerte embiste

Verano taurino este mío mendigando entradas. Leo a Gabriel Celaya: “Y si embiste la muerte / yo la toreo.”Hace bueno el verso José Tomás, capaz de sacarle lidia a lo que sea, con la lírica en vilo, pálido como un Cristo de la vieja Castilla, con su andar sobrio, medio místico, como de estilita seco de carnes y vestido de luces que bien calibrado de vértigos espera desde lo alto de la muleta la caída del rayo. Es Tomás torero de retina, como Manolete, de los que clavan a fuego el recuerdo de aquella corrida, con sus verónicas prietas y sus naturales plantado como un obelisco, en el devocionario de la andanada de turno. Contribuye, también él, al asunto, con sus faenas a cuentagotas –como cuando hablamos del veneno de las grandes tragedias y de las grandes esencias- y con el televisiones fuera en un sacarle plástico y cartón-piedra a lo que es tan de verdad. De esto hablé alguna vez con el pintor Ginés Liébana, la única persona que conozco que vio torear a los dos: al cuarto califa y al de Galapagar.

Torero en sepias ha sido El Juli, clásico y maestro de pura tradición como instinto, sin aspavientos, continuador de la lidia en su laberinto. Y genio a ratos, como todos los genios, Morante de la Puebla, indescifrable, asta y filigrana, vagabundo del arte, de esos que esconden joyas entre los pliegues del capote y embelesan al toro como si se la estuviera liando a la mismísima Mata-Hari. Grande Morante.

Perera torea como un príncipe pero no remata. Se le atora el estoque dejando un poco en espuma la faena previa. En cuanto manche muñeca en sangre a primera caída y deje una mariposa de muerte sobre el azabache como quien da un beso brusco, abrirá puertas grandes.

No he podido este año bajar a Sevilla a sentir ese silencio que, en ocasiones, es apabullante en La Maestranza y entra por el espinazo como un calambre, no se sabe si para bien o para mal: la sentencia cae como una losa en cuanto se desploma el toro; y no como en Madrid, donde habitualmente nos atacan las ansias y tiramos al pozo o calzamos entre nubes, varias veces durante la misma faena, al matador de turno.

Ad latere. A Silvia, taurina de nardo y luna, y olé, que me quiere presentar a Joselito, el más shakesperiano de todos los toreros.

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