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Yo, como Catón

No oculto que me causa aversión física ver al Prof. Dr. Pablo Iglesias en televisión. Sus camisas arremangadas, sus cordeles anudados a las muñecas, esos dientes imperfectos y mal colocados, esos cuatro pelos en la mejilla y el mentón, y esa mata de cabello anudada dejando caer hasta la cintura una coleta leonina me causan una profunda vergüenza ajena y cierto asco físico. Lo cual no deja de ser un gusto personal: quizá algún esteta moderno considere, como aquel Adolfo Domínguez de hace treinta años, que “la mugre es bella”. Pues que lo sea, pero no en mi televisor.

A esa aversión física se une una aversión a lo que dice y a cómo lo dice. Me desagradan sus formas de profesor progre, sus encogimientos de hombros, su gesticulación de manos, la forma de hablar como perdonándonos la vida, sus expresiones altilocuentes, su cursilería insoportable, sus besos en la boca a compañeros, su interminable retahíla de chorradas y paparruchadas, sus vetos que luego levanta, sus peticiones de carteras y vicepresidencias, sus insultos desde la tribuna del Congreso a personas clave de la transición como Felipe González…

Y me causa un profundo rechazo las cosas que hace. Me horroriza cómo gobierna su partido nombrando y cesando a sus colaboradores, cómo hace y deshace en las diferentes comunidades autónomas, cómo trata a sus esbirros (que no compañeros), cómo apoya a delincuentes nacionales (el concejal jiennense condenado por pegar a otro concejal) e internacionales (los bolivarianos y los ayatolás), cómo mangonea a gente de otros partidos supuestamente afines (como Ada Colau, Manuela Carmena o Mónica Oltra)…

Y miren que soy de los que podrían sentirme a gusto con un discurso anti bipartidista y favorable a una profundización en la democracia y a un “empoderamiento” de las personas hasta ahora auto-excluidas de la política en España. Pero así no se hace. No se puede acabar con el PPSOE yendo hecho un guarro, siendo maleducado y perdona vidas, y actuando como un tirano en su propio partido.

Es por todo ello que, a partir de ahora, voy a ser como Catón. Me refiero a Catón el Censor, al político romano insobornable e inflexible que acababa todos sus discursos diciendo delenda est Carthago (y Cartago debe ser destruida). Creo que nuestra Democracia, que ya tiene casi 40 años, todavía no puede permitirse a un guarro como vicepresidente del gobierno, y mucho menos a un tirano que quiere hacer con nuestro país lo que ya está haciendo con su partido. No quiero a un dictador como vicepresidente. Por eso, a partir de este artículo, voy a terminar todos los que me dejen seguir publicando con una versión menos radical que la de Catón, pero igualmente terminal: Iglesias debe irse.

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