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Bajo la emblemática Plaza de España se esconde la realidad más miserable de la sociedad madrileña

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Cuando cualquier madrileño, o turista, pasea tranquilamente por la cosmopolita Plaza de España, recorre sus históricos jardines o se para a admirar los artísticos edificios de la calle Ferraz, jamás podría llegar a imaginar la realidad que se esconde bajo sus pies. Dos mundos completamente distintos en un mismo entorno: la cara y la cruz de una ciudad. Y es que, en el subsuelo de este emblemático rincón, concretamente en el paso subterráneo de peatones que comunica Plaza de España con Bailén, se encuentra un lugar que nada tiene que ver con su imagen exterior. Muy pocos conocen realmente lo que ocurre ahí abajo, y cuando uno se acerca a curiosear por allí y se decide a bajar, parece estar descendiendo a los infiernos.

La realidad más dura
Lo primero con lo que uno se topa al acercarse a los accesos del paso subterráneo, es con el fuerte olor a orín que se desprende de él; claro indicador de lo que te vas a encontrar en cuanto cruces la esquina del pasadizo. Una vez dentro de él, la escena es dantesca, y la mirada se dirige a todas partes intentando almacenar unas imágenes que serán difíciles de olvidar.  Alrededor de 12 chabolas improvisadas separadas entre sí por cortinas o sábanas hacen de casas, hay una cuerda de tender la ropa sobrecargada de harapos, un hornillo antiguo con platos y vasos simula la cocina y decenas de colchones mugrientos decoran el suelo. En cada esquina, cuerpos que parecen inertes se hallan envueltos en mantas; a algunos que se asoman por las cortinas de su “hogar” consigues verles el rostro, pero enseguida descubres que sus ojos no tienen expresión, son miradas perdidas, intoxicadas de drogas y alcohol.

En los aproximadamente 20 metros que tiene de longitud este paso subterráneo, se ha creado un auténtico poblado donde habitan alrededor de 30 personas indigentes, alcohólicos, drogadictos o inmigrantes sin papeles. La representación más oscura y triste de la sociedad madrileña habita bajo sus calles, escondida entre suciedad y mugre, en su propio submundo, del que en muchos casos no quieren salir.

Amenazas e insultos
Cuando EL DISTRITO se acercó a este paso subterráneo de Plaza de España a conocer de primera mano esta situación, el rechazo por parte de los ‘sin techo’ que allí se encontraban fue absoluto. “Han venido por aquí muchos periodistas, y al final nadie nos ayuda”,  dijo nervioso uno de los inmigrantes. Al momento, este mismo cambió de tono cuando vio el objetivo de la cámara fotográfica, y a voces amenazó a las dos reporteras con romperla. Sus gritos alarmaron a otros indigentes que enseguida salieron de sus “humildes cabañas” para ver lo que ocurría. Una de ellas salió corriendo detrás de las periodistas, y a base de insultos, amenazas e intimidaciones las obligó a abandonar el lugar.

Africanos en Madrid
Según relató a este periódico el sacerdote Antonio Benéitez, perteneciente a la Parroquia de Sta. Teresa y San José, ubicada justo al lado de este oscuro túnel, “lo que está ocurriendo con esta pobre gente tiene una larga historia”. Se remontó a la década de los 90. Al parecer, el número 13 de la Plaza de España era hasta hace 6 años un solar; un espacio muy atractivo para aquellos que comenzaban a coquetear con las drogas. Y así ocurrió: el tráfico de estupefacientes, la masiva llegada por aquellos años de inmigrantes africanos y los robos y agresiones callejeras, hicieron de este rincón de la capital un lugar inseguro e intransitable. Comenzaron a utilizar los espacios resguardados de la Plaza de España para hacer de ellos su hogar, hasta el día de hoy.

“De 15 años para acá -asegura el sacerdote- son pacíficos; dan miedo por su aspecto, pero no es mala gente”. Sin embargo, la realidad es que nadie se atreve a pasar por allí, salvo algún turista despistado ignorante de lo que allí se cuece. Según recuerda el padre Benéitez, “con Álvarez del Manzano había más cuidado hacia todo esto; el Ayuntamiento limpiaba la zona para que estos ‘sin techo’ estuvieran entre menos suciedad, estaban más pendientes de ellos; Gallardón en cambio los tiene olvidados”. Por su parte, los vecinos parecen hacer caso omiso del problema. Desde la instalación del semáforo que cruza la calle Ferraz, los madrileños ya no se ven obligados a atravesar por el subterráneo, hecho que ha contribuido a que estos vagabundos hayan terminado de apropiarse completamente de este espacio.

No quieren ayuda
Solamente los chicos de la asociación ‘Café y calor’,  los trabajadores del Samur Social o los curas de esta iglesia, son bien recibidos en esta colonia de indigentes. Y es que, según afirmó el padre Benéitez, “es imposible llevarlos a albergues, vuelven a caer, no se dejan ayudar”.

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