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La Real Fábrica de Tapices, un lugar donde se sigue luchando por la artesanía

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Quizá muchos madrileños desconocen la interesante historia de la Real Fábrica de Tapices, ubicada en la calle Fuenterrabía, en pleno distrito de Retiro. Así lo ha explicado a este periódico Mª Dolores Asensi, directora general de la Fábrica, que afirma que realmente recibe más visitantes de fuera que madrileños. 

Fue en 1721 cuando fue fundada por Felipe V, a imitación de los talleres reales franceses. En el siglo XIX se trasladó de su ubicación original, en los alrededores de la actual Plaza de Santa Bárbara, a la calle Fuenterrabía, donde hoy permanece. 

Tras el traslado, se mantuvieron los telares y con los años sólo se han modificado los métodos de conservación. Y ahí está uno de los atractivos de la visita a esta Fábrica: ver a los artesanos trabajando a diario con los mismos telares del siglo XVIII, hecho que nos lleva a otra época. 

A lo largo de su historia, los tapices han tenido dos funciones básicas: quitar el frío de las paredes de los grandes palacios, y decorar las estancias.  Actualmente, la fabricación de tapices ha disminuido, pero “tenemos más encargos para alfombras”, explica Mª Dolores. 

Y es que, en la actualidad, los artesanos trabajan para encargos, sobre todo de hoteles o edificios oficiales, “aunque también hay clientes particulares que encargan trabajos a un precio de, aproximadamente, 1.000 euros el m2”. 

Además de la creación de estas obras de arte, la Fábrica de Tapices se encarga de la conservación y restauración de las piezas. Para ello, cuenta con las más modernas tecnologías, una compleja instalación especialmente diseñada para la limpieza de tapices y, en general, grandes textiles históricos, que ha sido la inversión más cara de la Fundación. 

Uno de los fines principales de la Real Fábrica, en efecto, es la restauración de bienes culturales, una labor en la que “se da cada vez  más importancia a la conservación para mantener al máximo la integridad original de las piezas”, cuenta Mª Dolores. 

Las visitas se pueden realizar de 10.00 a 14.00 horas, de lunes a viernes. Además de ver cómo trabajan los artesanos, y apreciar los grandes telares que manejan, es uno de los pocos lugares en los que, en esta ciudad de prisas, parece que se ha parado el tiempo.

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