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¿Qué ha aportado España a Europa?

Si formulamos esta pregunta a los estudiantes que pueblan nuestras aulas, tal vez algunos acierten con suerte a recordar que la idea de una “ciudadanía europea”, plasmada por primera vez en el Tratado de Maastricht,se debió a una propuesta del entonces presidente del Gobierno español en una carta dirigida el 4 de mayo de 1990 a los demás miembros del Consejo Europeo. Algunas otras cuestiones podrían surgir, pero difícilmente alguien osara defender la tesis que se plasma en estas líneas: que ni Europa ni occidente existirían sin España ¿Planteamiento exagerado? Veamos.

¿Cuándo surge Europa como concepto o unidad política y no como mero continente? Una de las tesis dominantes (Alfred von Martin, Sociología de la cultura medieval,  Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1970, pp. 17, 46) sostiene que la cultura europea “occidental” nace cuando Carlomagno logró que la Iglesia unitaria se impusiera sobre las territoriales, consiguiendo así que aquélla se distinguiera poco a poco de la Europa bizantina, greco-ortodoxa, orientalizada, distinción que se fortalecería con las cruzadas. Pero esta tesis franco-germana olvida que fueron los países del sur de Europa —Grecia, Italia, España y Portugal— los que crearon el entramado político, moral y filosófico sobre el que luego se construiría Europa y los que permitieron que fuera ésta, y no otras regiones competidoras, la que dominara por tierra y mar en el mundo.Pero, sin olvidar la importancia del Imperio romano, su lengua y su derecho o de la filosofía griega, destacan las (olvidadas) aportaciones españolas.

Desde el punto de vista antropológico-cultural, recordemos que Tartessos fue probablemente la primera civilización occidental y que es en España donde se encuentran los primeros restos de pobladores europeos, mostrando así que su situación fue considerada privilegiada desde antes de que la Historia comenzara a escribirse: Altamira, Atapuerca, Cueva del Sidrón…, esta última la que más ha aportado a la reconstrucción del código genético del hombre Neardental en Europa.

Pero es más, cuando Europa estaba huérfana de ideas y de cultura España acudió a su rescate a través de la Escuela de Traductores de Toledo. Ni se entiende Europa sin el camino de Santiago y lo que esta meta ha significado siempre. Como nos recuerda Fernando García de Cortázar (Breve historia de la cultura en España: un viaje por la cultura a través de las ciudades, ed. Planeta, Barcelona, 2008,p. 38), en España finalizaba la tierra conocida, y en Finisterre (y luego en Santiago) acababa un camino que sirvió para fundir culturas, creencias, frustraciones y aventuras, así como para favorecer la apertura de mercados y el surgimiento de una burguesía muy pronto enfrentada a nobles y eclesiásticos.

¿Y desde el punto de vista geo-político? Cuando peligró Europa fue España la que acudió a su rescate en más de una ocasión y lo hizo siembre sin pensar sólo en sí misma o en su Imperio sino en Europa entera, su cultura y su religión. Eso pasó por de pronto en su lucha contra los intentos de invasión de los imperios árabe y turco. ¿Qué hubiera pasado si la dominación árabe hubiera continuado más allá de los Pirineos o si Lepanto se hubiera perdido? España hizo de parapeto primero y encabezó la batalla después. Antes que los Estados Unidos existieran fuimos el primer país en poner sus hombres y sus recursos a la defensa de la idea de Europa y de occidente.

España fue por tanto la primera potencia global y su actuación como tal transformó el mundo que se conocía hasta entonces para siempre. El descubrimiento de América y la aparición del Derecho de Gentes, como una deriva de las aportaciones de la Escuela de derecho natural en la Universidad de Salamanca, supusieron un formidable cambio de paradigma así como el nacimiento de la Edad Moderna. Se ha considerado asimismo al Tratado de Tordesillas como la cuna del Derecho Internacional, con unas negociaciones modélicas, a través de representantes y embajadores de los reyes de Portugal y España, y con un acuerdo que supuso cesión por ambas partes, con la garantía de un árbitro internacional, en este caso el Papado.

Con el descubrimiento de América España salvó a Europa de una decadencia segura. ¿Qué hubiera ocurrido si España no descubre el continente americano? Que Europa hubiera quedado en la insignificancia política y económica frente a otras zonas más activas y potentes en su expansión como eranRusia y sobre todo China. ¿Y qué hubiera ocurrido con el cristianismo? Que hubiera pasado a ser una religión netamente minoritaria y casi intrascendente frente al islam o a las religiones orientales. En 1492 el continente asiático tenía todas las de ganar para alcanzar la hegemonía mundial. Europa era un lugar despreciado, atrasado e ignorado. La India, el islam, China y el resto de Asia oriental la superaban en riquezas, arte e inventiva. Como ha defendido Felipe Fernández-Armesto(1492: el nacimiento de la modernidad, ed. Debate, Barcelona, 2010, pp. 12, 36) sólo la apertura hacia el Atlántico y la incorporación del continente americano a Occidente pudo parar ese proceso.

No se trata de ningún “chauvinismo” a la española o de rescatar ideas trasnochadas. Por el contrario, lo que procede es superar el clima anti-español reinante llamando a las cosas por su nombre y denunciando que los golpes de pecho a menudo no nos han permitido ver el bosque de nuestras aportaciones reales a Europa y a occidente. Mientras todavía a día de hoy el europeísmo de otros es por necesidad o cálculo interesado, el nuestro lo ha sido siempre por elección y por vocación auténtica. Lo que hicimos, lo hicimos no solo en nombre e interés de España, sino de Europa toda. Por eso resulta especialmente triste ver que en la actualidad algunas de las mayores amenazas para la supervivencia de Europa provengan de España, tanto de los que pretenden importar recetas fracasadas de otros lares, como especialmente de un secesionismo “a-histórico” que persigue convertir la UE un mosaico ingobernable formado por mini-Estados. Hagamos honor por una vez a lo mejor de nuestro pasado.

Alberto J. Gil Ibáñez. Doctor en Derecho Europeo (IUE de Florencia). ​ Administrador Civil del Estado

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