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Los sucesos de Fort Caroline

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Fort Caroline representa la manera que tenía España de enfrentarse a sus rivales políticos cuando detentaba un imperio. La Corona llevaba años tratando de controlar la península de Florida, pero las sucesivas expediciones enviadas se habían saldado con otros tanto fracasos, debido a los huracanes, la fiereza de los indios o la ineptitud de los jefes enviados, como Pánfilo de Narváez o Tristán de Luna.

Hasta que Felipe II dio con la persona adecuada para asentar la presencia española en Florida: el asturiano Pedro Menéndez de Avilés. El Rey tuvo que enviarlo a toda prisa, porque tenía noticias de que los franceses pretendían adelantarse a España en La Florida, e incluso de que ya habrían despachado una expedición a tal fin. Lo cual era grave, pues desde la península floridana Francia habría dispuesto de una excelente atalaya para controlar -y saquear- el paso de las flotas españolas de plata con rumbo a España.

Y no solo era eso sino, tan importante como lo anterior, los expedicionarios eran hugonotes, la rama francesa de los protestantes calvinistas, la herejía que asolaba Europa y contra la que Felipe II combatía con toda la fuerza de sus recursos y sus armas. Que Francia se instalara en Florida significaba que penetraba la herejía en América, algo que el católico a ultranza que era Felipe II no podía tolerar.

Bajo estas circunstancias, Menéndez de Avilés larga velas a toda prisa hacia La Florida, para consolidar la presencia española antes que Francia. Mas cuando llega, comprueba que los franceses han llegado antes, e incluso le informan los indios locales de que ya han levantado un fuerte en el interior, Fort Caroline, la base para dominar y controlar La Florida.

Quiere la suerte que cuando arriba, el capitán francés, Jean Ribault (a quien Menéndez se refiere a él en sus crónicas como Juan Rivao), se halla costeando por la zona para buscar nuevos emplazamientos, y Menéndez de Avilés, en un alarde de inspiración, piensa que, ausente su jefe,el fuerte se hallará desprotegido y es el momento de atacarlo.

Así lo decide. Parte entonces por tierra al frente de un destacamento, y durante cuatro días caminan por las selvas en dirección al fuerte. Las jornadas son agotadoras, atravesando bosques, pantanos y ríos, bajo calores implacables y lluvias torrenciales que empapan el suelo y no les permiten descansar en suelo seco un solo momento. Al amanecer del cuarto día arriban a Fort Caroline. Sus guardianes se encuentran por completo desprevenidos. Los españoles atacan y en pocos minutos se hacen con la plaza. Perdonan la vida a niños y mujeres y ejecutan a los soldados tras juicio sumario. Dejando elfuerte en manos de una guarnición española y rebautizándolo como San Mateo, Menéndez y sus hombres regresan a la costa, encontrando que la flota de Ribault ha zozobrado por una tormenta, y que la tropa francesa se está dirigiendo a pie al refugio deFort Caroline. Sin dudarlo un momento, sale a su encuentro y la vence en pocos minutos, apresando a todos, incluido el propio Ribault. De nuevo se produce un juicio sumarísimo, y Ribault y sus hombres son condenados a muerte, de la que no les libran ni siquiera los 300.000 ducados que ofrece el capitán francés por su liberación. Podía haber perdón para los enemigos, pero no para los herejes. El lugar del suceso será llamado expresivamente “Matanzas”, y los españoles colocarán un letrero con la siguiente leyenda: “No por franceses, sino por luteranos”.

El suceso alcanzó una enorme repercusión en Europa, y el rey francés se quejó vivamente a Felipe II por la acción. Quien contestó con retrasos y evasivas, porque en su fuero interno aprobó sin vacilaciones la contundente actuación de Menéndez, que no solo había expulsado de América a un fuerte competidor como era ya Francia, sino que había erradicado la herejía del Nuevo Mundo, y esto era algo que pesaba sobre el monarca español por encima de cualquier otra consideración. Lo cierto es que Francia tardó mucho tiempo en regresar a América del Norte, más de un siglo, y lo hizo cuando el ímpetu y fervor de España no eran ya los mismos que los de los antiguos adalides.

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