La celebración de algunas victorias militares en el siglo XVII podía parecerse sorprendentemente a las grandes celebraciones de fútbol y deportivas de nuestros días. No faltaba de nada: multitudes borrachas, enfrentamientos con la policía y saqueos.
A principios de septiembre de 1638 cundía el pesimismo en Madrid por el duro asedio francés de Fuenterrabía, que duraba 2 meses. Tras muchos días sin recibir información, se daba por perdida la ciudad, toda Guipuzcoa y corrían rumores acerca de la perdida de todas las provincias vascas y de Navarra. La gente visitaba iglesias y conventos para rogar por la victoria. Finalmente se produjo la gran victoria de los Tercios que derrotaron al ejército francés y le expulsaron de Guipúzcoa.
El viernes 10 de septiembre de 1638 llegó a Madrid un correo a caballo desde Guipuzcoa. Entró por la red de San Luis y se acercó a la casa del Correo Mayor. Se congregó en torno a él una multitud ansiosa de casi 300 personas, que le gritaron que no le dejarían pasar si no les contaba las noticias que traía.
El hombre a caballo gritó: “El Almirante de Castilla está en Fuenterrabía y ha roto al ejército francés”. La gente estalló en gritos de euforia: “Viva el rey de España y el Almirante”.
Miles de madrileños empezaron a salir a la calle gritando y bailando. La gente cogió en hombros al correo y lo llevó al Palacio del Alcazar donde el propio Felipe IV le recibió, leyó sus cartas y salió corriendo hacia la alcoba de la Reina gritando: “Grande victoria Señora, grande victoria”. La gente empezó a apedrear a los alabarderos, ya que estos intentaban impedir a la multitud que se acercara al Palacio, hasta que el rey ordenó a sus guardias que les dejaran acercarse. Incluso se dice que una masa de mujeres y hombres consiguieron saquear parte de la bodega real bebiéndose el vino allí mismo.
En la Plaza Mayor y en muchas calles de Madrid miles de personas celebraron la victoria. Muchas casas se iluminaron por la noche y grupos de jóvenes borrachos asaltaron algunas tiendas.
En las semanas siguientes grupos de cómicos representaron la batalla parodiando y haciendo burla de los franceses.
Todo acabó con un Solemne Te Deum en la Iglesia de Nuestra Señora de Atocha, a la que asistió el Rey y el Conde Duque de Olivares acompañados por una muchedumbre de madrileños.