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El Museo de Arte Reina Sofía

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Las mismas paredes que hoy lucen las obras de Picasso, Dalí o Miró, fueron testigos en otro tiempo del dolor y la enfermedad. Quizás sea por eso por lo que este colosal edificio, obra de José Hermosilla y Sabatini, encierra uno de los misterios más famosos de la capital. El edificio comenzó a funcionar a finales del siglo XVIII como Hospital General. Siempre en manos de órdenes religiosas, atendía una media anual de 18.000 pacientes, todos ellos sin recursos. La peste y otras epidemias fueron la principal causa de mortandad en sus primeras décadas de funcionamiento. Años después lo sería la Guerra Civil, pues muchos soldados eran intervenidos allí con mejor o peor suerte. Más tarde se convirtió en manicomio y los enfermos mentales más peligrosos eran internados allí; por último, la Facultad de Medicina lo utilizó como Anatómico Forense hasta su cierre en 1965. Durante todos estos años, centenares de cadáveres fueron enterrados en el subsuelo del edificio y quizás por eso los rumores sobre apariciones eran constantes; tanto que las autoridades pensaron demolerlo. Sin embargo, gracias al esfuerzo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en 1977 fue declarado Edificio Protegido y once años después se convirtió en Museo Nacional. Las obras de remodelación dejaron al descubierto material hospitalario, restos de esqueletos esposados y lo más turbador de todo: los cadáveres momificados de tres monjas, que hoy descansan bajo las losas de la entrada principal. Las mismas que algunos vigilantes del museo aseguraban haber visto por los pasillos en una especie de procesión tétrica. Desde ese momento se intensifican, según los trabajadores, los sucesos extraños, tanto que muchos optaron por pedir el traslado. Sobre todo después de que se manifestara el espíritu de Ataúlfo, un fantasma que adivinó a uno de esos trabajadores una tragedia familiar. Pero, ¿quién era Ataúlfo? Un equipo de parapsicólogos determinó que se trataba de un cura asesinado durante la Guerra Civil. Otros lo asocian con un enfermo descontento con el trato recibido, mientras que los más sarcásticos creen que es el mismísimo Picasso, revelándose por el cambio de ubicación del Guernica.

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