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El Palacio de Borghetto

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Quizás pocos madrileños hayan reparado en el palacete de principios del siglo XX, ubicado en el número 25 de la calle Miguel Ángel. Pero, si no por su fachada, este inmueble resulta especialmente llamativo porque conserva algunas estancias consideradas verdaderas joyas del estilo Imperio. Fue el primer marqués del Borguetto (Felipe Morenés y García-Alesson) quien, buscando fijar su residencia en Madrid, encargó la construcción del palacio al arquitecto Ignacio de Aldama. Durante las primeras décadas del siglo XX se había impuesto en París la llamada ‘arquitectura de los Luises’ (en referencia a los reinados de Luis XV y Luis XVI). Una corriente que Aldama supo adaptar a las líneas españolas a través de una serie de elementos constructivos fácilmente reconocibles, tales como mansardas, frontones curvos en línea de cornisa y pilastras cajeadas entre franjas verticales de balcones. Frente al empleo del ladrillo visto en la arquitectura neomudéjar y el uso de la piedra natural y madera vista en los regionalismos, en los palacios de influencia francesa predominaba la piedra artificial, que ya había demostrado sus inmensas posibilidades expresivas en el Modernismo, cuando los muros se transformaron en superficies tan imaginativas como las creadas por la mente de Antonio Gaudí. Lejos de la experimentación de las vanguardias, con sus atrevidas formas casi siempre imposibles de materializar con presupuestos razonables, Aldama fue capaz de dar respuesta a la demanda residencial de las clases altas, con proyectos de gran equilibrio compositivo.

Años después, el Palacio cambió de propietarios y sirvió de sede de la Embajada de Japón hasta 1953, fecha en la que la Diputación Provincial de Madrid (precursora de la Comunidad Autónoma), lo adquirió. El 26 de marzo de 2001, el inmueble en su totalidad fue cedido gratuitamente por el Gobierno regional a la Administración General del Estado y, a día de hoy, alberga la Delegación del Gobierno. En su interior conserva tesoros tales como una valiosa colección de relojes y una estancia curiosa bautizada como ‘la habitación rosa’, denominación que recibe debido al color rosado de sus paredes.

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