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La innominada Plaza de los Chisperos

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A medio camino entre la glorieta de Bilbao y la plaza de Chamberí, se halla una plaza sin nombre, aunque los vecinos la conocen, desde hace muchos decenios, como Plaza de Los Chisperos. La designación no es caprichosa ni casual, sino que está relacionada con el monumento levantado en dicha plaza como homenaje a los Saineteros españoles. El origen de la palabra chispero (De chispa), acaso sea anterior al siglo XV, cuando los oficios adquirieron gran predicamento. Por entonces, en las calles de nuestro Madrid se fueron estableciendo los diferentes gremios, de suerte que las vías acabaron por conocerse con el nombre de las profesiones. Así tenemos las calles de Esparteros, Latoneros, Cuchilleros… Los chisperos, eran los herreros de obras menudas y gruesas que  se asentaron en el barrio de Maravillas. Así lo recoge Fernández de los Ríos en su Guía de Madrid, cuando cita al "chispero Juan Manuel Malasaña" como defensor de la ciudad contra los franceses. Luego, esta palabra pasó al sainete para denominar a la persona apicarada, con gracejo y "chispa" en sus ocurrencias.

El monumento a los saineteros pertenece a Lorenzo Coullaut Valera (Marchena, 10-4-1876-Madrid, 21-8-1932), reputado artífice que cuenta con importantes obras en Madrid, como el monumento a Cervantes en la Plaza de España. Se trata de un grupo escultórico en bronce, en el que una manola y un chispero parecen añorar épocas de los siglos XVIII y XIX, al tiempo que otra pareja rememora el Madrid castizo en que el sainete era el principal protagonista escénico. En el pedestal sobre el que se apoya el grupo citado,  el artista modeló los bustos de cuatro de los autores madrileños del sainete. Corresponden a dos es-critores, Ramón de la Cruz y Ricardo de la Vega, y a dos músicos, Francisco Asenjo Barbieri y Federico Chueca. También podemos contemplar, en bajorrelieve, sendos pasajes de las obras más famosas de cada uno de estos maestros. Coullaut Valera vivió muchos años en un hotel de la calle Fernández de la Hoz nº 5, y allí nacieron sus cinco hijos.

Ramón de la Cruz (1731-1794) comienza la vida profesional como traductor de obras francesas e italianas y cultivando la zarzuela: La segadora de Vallecas o El licenciado Farfulla. Después escribió sainetes destinados a los intermedios de representaciones de mayor enjundia. Es en este género donde Ramón de la Cruz consigue gran celebridad, con más de quinientos libretos. Destacan: La pradera de San Isidro, Las majas vengativas y Las tertulias de Madrid.

Ricardo de la Vega (1839-1910) era hijo de Ventura de la Vega, quien se ocupa de la formación académica de su hijo. Ricardo siente pronto inclinación por el sainete, donde obtendrá el primer éxito con La canción de Lola, musicada por los maestros Federico Chueca y Joaquín Valverde. También escribe zarzuelas que le consagrarían como destacado letrista: El perro del capitán, Los baños del Manzanares, La estrella de Madrid…, pero la zarzuela que le proporcionó más nombradía fue La Verbena de la Paloma. La obra es estrenada en el Teatro Apolo, el 17 de febrero de 1894, con música de Tomás Bretón.

Francisco Asenjo Barbieri (1823-1894) fue compositor destacado e importante director de orquesta. A él corresponde el mérito de que se conocieran en España gran número de composiciones sinfónicas europeas, como la Séptima de Beethoven. También hay que agradecerle a Barbieri la recuperación de nuestro patrimonio musical de los siglos XV y XVI, así como su edición con el título de "Cancionero musical de Palacio". En 1850 debuta en el mundo de la zarzuela con Gloria y peluca, y tras otros estrenos de relativo éxito, llegan Pan y toros  y El barberillo de Lavapiés, su producción más famosa. Federico Chueca nació en la Casa de los Lujanes , el 5 de mayo de 1846, en el seno de una familia acomodada. Abandona los estudios de Medicina para dedicarse a la música, su verdadera pasión. Consigue  empleo en el Café de Zaragoza y conoce a Joaquín Valverde, con el que compondrá la mayoría de los trabajos. Sus zarzuelas son castizas y populares. Las mejores creaciones son La Gran Vía, el sainete en un acto Agua, azucarillos y aguardiente y El año pasado por agua. Murió el 20 de julio de 1908.

Pero volvamos a la "innominada Plaza de los Chisperos". Ya dijimos que los vecinos de Chamberí la designan así desde antiguo, y que allí se levanta el monumento en homenaje a los saineteros. Asimismo sabemos que la Plaza de los Chisperos está cerca del Barrio de Maravillas, donde se asentó el gremio de artesanos del hierro. Entonces, ¿qué sentido tiene que exista una pequeña calle con el nombre de Chisperos, en una zona próxima al cementerio de San Isidro y sin ninguna relación con los protagonistas reseñados? Por otro lado, cabe recordar que en el callejero madrileño figuran dos y hasta tres tipos de vías distintas para un mismo personaje: Quevedo (tiene calle y plaza) y Marqués de Zafra (calle, paseo y glorieta). Con estos antecedentes,  bien podría aprobarse el nombre de Chisperos, ahora como "plaza", o trasladarle de emplazamiento, de la forma en que se hizo con la calle Conde de Peñalver, que pasó de estar en el primer tramo de la Gran Vía a la situación actual. Los protagonistas se lo merecen.   

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