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VIAJE AL FIN DEL MUNDO

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La región chilena Aysén-Patagonia cuenta con uno de esos destinos que con sólo nombrarlo te traslada a otra dimensión. Se trata del célebre glaciar de la Laguna de San Rafael y sus icebergs. En palabras del navegante Carlos Appel de la Cruz, “El lugar más desconocido de los lugares conocidos” Sus paisajes no parecen de este mundo. O, al menos, parecen pertenecer al fin de éste.

 

Chile, uno de mis países favoritos

Durante las últimas décadas, viajé veinticinco veces a Chile, pero nunca tuve la oportunidad de acercarme a la región patagónica y emprender la aventura de conocer por fin la Laguna de San Rafael. Y lo hago con la ilusión de un adolescente soñador. A la mañana siguiente, de madrugada, y tras más de dos horas de automóvil por una carreterita angosta, térrea, y pedregosa, atisbo el muelle de donde mi lancha debe partir al glaciar. Empiezo a sentirme tan emocionado como un perro con dos colas…

Después de varias horas de navegación por la laguna, aliviando el frío con mates, tés y cafés, empiezan a aparecer por sus gélidas aguas incontables pequeños y grandes icebergs desparramados por la laguna.

 

El enigma de la Patagonia

El colorido de estos bloques de hielo que flotan inerrantes, como el celeste, azul, verde turquesa o verde esmeralda, producto de la refracción prismática de la luz solar, anuncian la ya cercana presencia del glaciar de San Rafael. Ese regalo para la vista tan ansiosamente acariciado y esperado. Cuando la lancha se detiene ante él te quedas sin aliento. Una masa de hielo de casi 200 metros de altura y más de 2 km. de anchura aparece ante ti, solemne y desafiante, como diciéndote: “detente y no avances más, esto es el fin del mundo”.  Tienes que pellizcarte para asegurarte de que no estás soñando. De que, de alguna manera, formas parte en esos momentos de una naturaleza mágica y primigenia: una masa de hielo eterno, de miles de años de antigüedad y de 6 o 7 km. de longitud, de la que sólo observas el frontal.

Durante varias horas, en las que la lancha permanece detenida, disfruto de esa insólita realidad tan acariciada en mis sueños viajeros. Pero la contemplación se interrumpe cada pocos minutos por la gran cantidad de desprendimientos que se producen en la pared frontal del glaciar, previo al sonoro estallido –semejante al de un seísmo—que los anuncia  Mientras, la guía, una joven “más chilena que los porotos”, aprovecha para ofrecerme  el típico rito de beber whisky con hielo milenario, que sólo sea por combatir el frío.¡Jack Daniels puede ser en ese minuto tu mejor amigo! El glaciar de San Rafael parece, en efecto, el fin del mundo. ¡Un lugar del que afortunadamente se vuelve!

 

Más info:  www.recorreaysen.cl. o [email protected]  www.franciscogavilan.net

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