Si no fuera porque tenemos tantas leyes inútiles, que por otra parte debilitan a las necesarias, ahora tendríamos al menos una subida de esperanza, con la renombrada españolización de la ley de economía sostenible. Otra ocurrencia del Gobierno de Zapatero, que en principio me parece acertada, pero lo que ocurre es que este Gobierno ha perdido credibilidad social y eso frena bastante cualquier acción, sobre todo la empresarial. Además, la tarea de cambiar actitudes no es nada fácil, máxime cuando tenemos conductas viciadas por acciones políticas poco transparentes, con la espada de la corrupción señalando a una clase política muy de-sacreditada socialmente. Por si fuera poco el látigo, ya me dirán cómo internacionalizamos nuestros productos con la pérdida de tejido empresarial, cómo ponemos orden a una política urbanística en la que no se ha tenido en cuenta el crecimiento racional y el impulso a las energías renovables, cómo impulsamos los medios de transporte público que suelen ser arcaicos o no existir en horario laboral, o, simplemente, cómo mejoramos la formación si tenemos un sistema educativo que es incapaz de hacer frente al fracaso escolar.
España ha retrocedido en todo. Nos hemos bajado del tren del desarrollo y estamos en la estación de la indiferencia, de las colas del paro y del endeudamiento hasta los dientes. La situación es límite. No se puede esperar a que pase otro nuevo tren, tenemos que poner en marcha nuestra propia maquinaria y hacernos nuestra propia vía, primando el esfuerzo, el valor del que arriesga, la conducta que es solidaria, los recursos que son éticos. Los presupuestos del 2010 podrán ser los más austeros de los últimos años, la ley de economía sostenible podrá ser la mejor ley, pero lo que sucede es que para ese cambio económico y social, se precisan mujeres y hombres de Estado y no de partido. Lo nefasto es que ni el gobierno ni la oposición parecen estar en la apuesta del consenso de trabajar todos a una en la misma dirección, obviando la gasolina de los votos. La vicisitud del momento, desde luego, exige unidad y unión.
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