El suicidio de una adolescente discapacitada en mayo en Usera, harta del acoso que sufría de varios compañeros, ha vuelto a desempolvar una realidad que cada vez pone más los pelos de punta a la sociedad. Desde que existe escuela, la figura del ‘matón’ o grupo de matones que se dedica a insultar, vejar, robar o chantajear al alumno débil, diferente o ‘empollón’ le ha acompañado.
Y a pesar de ello sólo se reacciona a golpe de titular. Hace pocos días fueron detenidos varios adolescentes por humillar e insultar a una compañera de un colegio de Pinto. Entonces, la Guardia Civil, poco dada a entrar en temas de menores de edad, lanzó una elaborada nota de prensa, que incluía pautas y consejos para detectar y denunciar este tipo de situaciones.
Hace 11 años, el caso de Jokin, que se quitó la vita al tirarse por la muralla de Fuenterrabía (Guipúzcoa) tres días antes de cumplir los 14 años fue el primer caso de acoso escolar, conocido como bullying, que golpeó con fuerza a la opinión pública española. Y aunque desde entonces todos empezaron a tomar conciencia de esta problemática, hasta ahora no ha sido efectiva, ya que se están repitiendo los mismos errores. Los colegios suelen fallar al no considerar grave lo ocurrido o informan tarde a los padres, o no llegan a valorar a tiempo las repercusiones que podría acarrear el bullying en la mente de un adolescente.
Muchas veces lo que se hace, ante un caso de acoso generalizado y continuado, es cambiar al niño de colegio, algo ‘a priori’ positivo pero puede alterar su rendimiento académico o la conformación de su personalidad a negativo. Aunque es comprensible sacar al menor del entorno hostil, si no se penaliza a los responsables directos e indirectos de lo ocurrido se está trasladando a la propia víctima y a la colectividad en general que son los ‘buenos’ los que tienen que huir y son los ‘malos’ que ganan y se quedan, a la espera de cometer más tropelías de este tipo.