A Guantánamo no le echa el cierre ni Dios, o lo que es más parecido a Dios por aquellos lares: Obama, con su Nobel de la Paz adelantado a los posibles hechos que se le esperaban o, quizá, concedido para incitarlo a hacer lo correcto teniendo ya sobre las espaldas el pellizco que da dicho premio. La realidad es que Obama está atado por distintos flancos que mutilan su capacidad de acción hasta ser el presidente con menos poder de la historia moderna del país. Y no lo digo como excusa. Es un hecho.
Guantánamo no es propio de un país democrático, como no lo es la pena de muerte; o la tortura que ahora nos enteramos, sin que nos sorprenda, que no sólo se aplica a los del buzo naranja y es herramienta habitual de los servicios secretos. Al hilo, Marine Le Pen, mascarón del Frente Nacional francés, sentencia que la tortura “Puede ser útil para hacer hablar”. Tampoco sorprende dicha declaración viniendo de ella.