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Políticos de farol

Andan los partidos relajando las costuras de sus líneas rojas y reuniéndose por lo subterráneo, o mediante terceros, con aquellos que en campaña despreciaban.

España, o Espuñeta, se ha convertida en un monopoly de trileros con apariencia de alto standing: el cambio de cromos para el reparto del pastel es evidente y lo único claro es que la llamada izquierda nunca pactará con VOX; y la derecha –incluido el bisagrero Ciudadanos- nunca lo hará con Podemos o los independentistas. A partir de ahí, el que sale ganando es siempre Pedro Sánchez, pues tendrá el silencio, o el apoyo si fuese necesario, de la Cataluña traviesa, ya que lo saben como un mal menor. Ciudadanos cabreará a la mitad si se acerca a los socialistas y a la otra mitad si se acerca a VOX.

El PP estaría dispuesto a abstenerse con Sánchez para que fuera presidente con tal de que el apoyo independentista fuera papel mojado y no determinante en la votación. Muchos dentro del partido no estarían de acuerdo y ahora que tienen opción se escorarían hacia Abascal. Sorprende que hasta Esperanza Aguirre, la condesa chica-Telva, que bautizó Umbral, esté por la labor de que el PP se ponga de perfil para facilitar la presidencia de Sánchez cuando antes a los de rojo no les daría ni agua. Son las cosas de que se haya dinamitado el bipartidismo.

Rivera, a estas alturas, necesita un bastión, una pica bien clavada para hacer de palanca y dar visibilidad top al proyecto. La elección ha sido Madrid y el que le ayude a conseguirlo tendrá apoyos, o directamente cesiones, en el resto de España. Barcelona anda igual, con su encaje de bolillos, y hasta Valls está a favor de facilitarle las cosas a Colau y a un partido socialista catalán que nunca descartaron un referéndum autorizado, y niegan con la boca pequeña, pero con los que se puede hablar, antes de que entren los que en el fondo no quieren hacerlo pues únicamente el enfrentamiento, y el ir de víctimas que tratan de rebelarse con el Estado-ogro, mantiene en tensión su idealismo absurdo-adolescente.

Pablo Iglesias, que ha hecho purga exactamente desde sus pies para abajo, ha pasado de querer un gobierno de coalición a pedir ser ministro. Mucho me temo que Sánchez no querrá escuderos ni en un ministerio secundario –una cartera social es el eufemismo de Iglesias. Con Podemos convertido en Pablemos allá donde es capaz de mandar directamente, vemos que el cartel aquel de su regreso no iba desencaminado por mucho que después recularan. Podemos se desinfla y apunta maneras de trampantojo por las mil siglas bastardas y periféricas que terminarán, las que sobrevivan, como partidos de pueblo con orejeras para fuera de sus lindes.

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